El recurso más valioso con que el finado Presidente Chávez para vincularse con los sectores populares y con la sociedad nacional e internacional en general, sin duda alguna que fue su discurso de contenido populista y aparentemente revolucionario, que le permitió por cerca de 14 años de gobierno atraer la atención de la mayoría de sus interlocutores, el respaldo de un importante porcentaje de la población y el asombro hasta el temor de muchos de sus adversarios, que no podían determinar su intención de cambio pacífico o de guerra sin cuartel. Transcurrido los primeros 6 meses de su heredero en un ejercicio de gobierno entre promesas para unos y amenazas para otros, entre pasos atrás y luego adelante según los indicadores de su olfato político y convicciones ideológicas, el país ha comenzado a evaluarlo más por los resultados de su gestión administrativa, que por su verbo, tratando de imitar a su comandante supremo, pero cada vez menos convincente.
La mayoría de los pobres, a quienes el extinto Presidente logró sacar del clóset para enrostrarles su miseria a los gobernantes que le precedieron, acusándolos de corruptos en el manejo de los dineros públicos, y de haberlos abandonado a su suerte para atender exclusivamente sus intereses personales, los de la oligarquía económica que había contribuido a elevarlos al poder y al imperio americano, siguen siendo pobres, con la excepción de los que Dietrich, su otrora asesor ideológico, ha señalado como la boliburguesía que surgió al amparo de la corrupción, y que constituye una burla a ese pueblo que creyó en sus promesas de cambio.
Y el otro sector de los venezolanos que temió la llegada del comunismo y por lo tanto la confiscación de sus propiedades, ha sufrido los embates de la arbitrariedad y del militarismo, que desde el poder ejerció el gobierno del desaparecido Comandante Chávez para obligarlos a vender sus bienes personales, para fortalecer un Estado capitalista y la nueva oligarquía del dinero formada por amigos y partidarios del Presidente, se ríen del socialismo del siglo XXI que les ha permitido enriquecerse rápida e ilegalmente.
Entre los pobres de siempre y los nuevos ricos, el discurso de Nicolás Maduro se desvanece por fantasioso y demagógico. Los primeros lo abandonaron el 14 de abril y lo repetirán el 6 de diciembre. Los segundos alistan sus maletas para ir a disfrutar sus habilidades inescrupulosas para enriquecerse.
Todo parece indicar que Maduro no ha encontrado la brújula para darle a su gobierno un cariz personal, presionado por los fanáticos del estalinismo se encuentra en un callejón sin salida, que lo conduce a repetir las políticas estatistas que han fracasado en todos aquellos países cuyos gobernantes lo impusieron o intentaron hacerlo predominar. Su camino es hacia un abismo políticamente insuperable cuando no mortal, porque la inflación se le hace incontenible y como consecuencia una mayor pobreza, desempleo y protesta social de dimensiones cada día más agresivas por parte de los engañados por promesas incumplidas. No tiene los suficientes dólares para importar los alimentos que consume la mayoría de los venezolanos, y los aumentos de sueldos y salarios que ha decretado se los traga la inflación.
Y como no parece tener posibilidades para cambiar las políticas económicas y sociales, cada día que pasa se profundizan las contradicciones internas en el gobierno y en partido oficial, entre quienes no tienen ideas susceptibles de modificar, sino creencias que convierten en dogmas, y quienes guiados por la experiencia de otros países, incluso comunistas como China, abandonaron el dogmatismo y se abrieron al mercado mundial. Y frente a estas graves contradicciones que se extienden a toda la vieja estructuras que creó el difunto Comandante, que sin su presencia, sin su liderazgo, podría estar llegando al final. Amanecerá y veremos.
El discurso presidencial
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