A la feliz ganadora del Premio Nobel de este año, la llaman en su tierra de habla inglesa, “La Chejov”, debido a su originalidad de preferir las narrativas cortas.
La comparación viene por el recuerdo de un escritor ruso a quien yo he leído mucho, Antón Chejov. Este campeón de las letras de la época de los zares me sedujo por su empeño por narrarnos un cuento en espacio mínimo.
Debido a su lectura y mi empeño en perseguir la originalidad en mis escritos, recibí una mención en un concurso de cuentos cortos de una organización que exigió narrar un cuento en menos de 50 palabras.
Yo participé y obtuve la distinción Nro. 14 entre 62 concursantes venezolanos y extranjeros. Eso no fue publicado sino por radio, una llamada de felicitación de la directora del certamen y dejaban a cargo de uno su publicación.
Lo menciono esta vez por la motivación que ha tenido el premio a Alicia Mauro, quien puso de moda los cuentos cortos. Mi cuento: “Mujer. Rosa, cuando niña, jugaba alegre con sus amiguitos. Al tiempo dos pimpollos levantaron su blusa. Se fue entibiando la sangre de Rosita. Dibujó redondas delicias femeninas, pero dejó de jugar. Preocupado pregunté: ¿por qué no juegas, Rosa. Te sientes mal? -No, papá. –Se me hicieron hombres todos mis compañeros”. En el Maravilloso Mundo de los Libros, el Maestro Luis Beltrán Prieto, dice: “Para iniciar el habito de leer –el mejor hábito que necesita el ser humano joven o viejo- son buenos los cuentos cortos, crónicas ligeras de entendimiento y novelas relacionadas con la temprana edad, como Robinson Crusoe. Los clásicos como La Iliada, La Eneida, Odiseo, vienen después”. De la premiada de habla inglesa no he leído nada, pero me llamó la atención cuando la señalaron como “La Chejov” de Canada.
De esos impactos que produce la lectura tomo aire para recordar “La Sala Numero 6”, novela corta de Antón Chejov, cuyo protagonista es el Dr. Andrei Efimich, médico siquiatra designado por los zares como director de un hospital para locos en un apartado pueblo campesino, donde al médico de magníficos hábitos de lectura, le agradaba compartir lo leído con la gente que lo rodeaba. Pero en aquel pueblo apartado del mundo civilizado la habitualidad andaba por los atajos del vicio. El licor y el tabaco eran reyes del campesinado. Los conocimientos almacenados, sin tener con quien compartirlos produce la muerte del cerebro por estreñimiento mental. Nunca los lectores buscan preferencias personales al querer compartir sus saberes, sólo buscan que otros agreguen algo de sus neuronas con la finalidad de lograr nutrientes en cosas que siempre arrojan dudas en algunos rastrojos del entendimiento. Siempre hay algo que aprender de los demás. El siquiatra lector buscó contacto hasta con el regimiento militar del sitio y se encontró conque hasta el jefe era analfabeta. El cura solo leía la Biblia. Pero muchas veces lo que no se espera llega. Unos familiares trajeron al reclusorio un loco lector y este fue ubicado en la Sala No. 6. Desde el día de su llegada, entre algunos saltos de sus neuronas descompuestas, el loco habló largo rato en la dirección, de Cervantes y su Ingenioso Hidalgo, Honorato de Balzac y su Piel de Zapa, Flaubert y su Madame Bovary, Albert Camut y El Extranjero, Fiodor Dostoyevski y su Crimen y Castigo, Toltoy y el Capot, Guy de Maupassant y su Bola de Sebo.
Impronta parecida ocurrió en Nirgua. Un loco de buenos modales aparecía en el antiguo Hotel Nirgua y El Colonial de Domingo y Manolo, para hablarnos de sus conocimientos. Es posible que tenga razón el mocho de Lepanto, cuando dice que Franco Quijano se hizo loco leyendo y de allí salió El Quijote. Es bueno dejar claro que José Saramago no estuvo de acuerdo con ese cuento, afirmó que nadie se vuelve loco leyendo. Pues este loco lector le llegó al doctor del siquiátrico como anillo al dedo. Pues para poder hablar de sus lecturas el Director visitaba mucho al loco ubicado en la Sala No. 6. Pero como lo malo también llega sin pedir permiso, como llegó Maduro como colmo de la peste que sufrimos, al Director le nombraron un ayudante, siquiatra recién graduado. Como hizo Gómez con su compadre Castro. El ayudante denunció al Director como loco por permanecer mucho tiempo en la Sala No. 6 con el loco de las mil lecturas.
Un día poco esperado llegó una comisión de loqueros y declararon loco al Director. Yo sigo creyendo que los conocimientos se pueden compartir, porque quienes conservamos el hábito de leer siempre deseamos consultarlos con otros. Y por esa capacidad que se adquiere de resumirlos como lo hizo Antón Chejov y la actual ganadora del Nobel, uno puede convertirse en gotero para ir soltando como colirio los conocimientos para curar la ceguera lagañosa de unos cuantos que los hace esclavos de los caudillos militares de siempre.
Premio Nobel de Literatura
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