Ventana abierta
Para recordar: “Todos éstos murieron en la fe, sin haber recibido las promesas…” Hebreos 11:13
Quién no habrá escuchado, decir: “Estamos mal…pero, tenemos Patria”. Verdaderamente, ante tanta inflación, desabastecimiento, conatos de invasión, expropiaciones (todavía), despilfarro, y mucho más, al final, algunas personas (quizá los más desfavorecidos) dicen:…pero tenemos Patria.
Por su parte Semtei Alvarado, E., en el diario EL IMPULSO, 18/09/13, Opinión, p.A3, hizo referencia, a través de un ejemplo, que la vida había aumentados tres veces y que hay una “escalada brutal de precios”. Agregó: “Esto está sucediendo con todo lo importado, es decir con casi todo el mercado; línea blanca, repuestos, servicios, vehículos y sus repuestos; productos de belleza; viviendas, ‘medicinas’, entre otros”.
Según la página web, taringa.net/posts/noticias, señalan: “Luego de darse a conocer los últimos número de inflación del Banco Central, los economistas venezolanos se mostraron sumamente preocupados por el aumento del uso de la frase “…pero tenemos Patria”.
A pesar de lo malo que acontece en nuestro país… hay todavía, numerosas personas diciendo que tienen Patria. Es muy probable que no lleguemos a saber o comprender porque lo hacen; algunos señalan que hay personas ilusionadas, otros poco realistas, otros egoístas, sin embargo, ya lo han dicho: “Tenemos hambre… pero, tenemos Patria”.
Pareciera haber un grueso número de ciudadanos repitiendo la famosa “frasecita” de nuestro título (a pesar que tiene tiempo de haberse implantado), y algunos de ellos se excusan diciendo que en otras partes del mundo están peor que nosotros (como el caso de Siria) o hablan de la interminable guerra del medio Oriente.
De la misma manera, aunque proféticamente el planeta irá “de mal en peor”, y es cierto, desde acá decimos que hay números lugares, en el mundo, que no es así; porque, hay sitios donde todavía se pude “dormir con la puerta abierta”; no les falta alimento; tienen como comprar vehículos, casas y otros artículos y hasta para la salud, aunque cara, hacen provisión.
Lo triste, de nuestra comparación es, que desde la creación, popularización de la frase en cuestión y lo decimos con respeto: “muchos murieron… sin haber visto la promesa”; numerosísimos han fallecido si ver la Patria que pregonaron.
Más bien, al contrario, siendo realistas hay informes que señalan y hablando sin apasionamiento, tenemos una Patria semi-destruida. Aunque, damos gracias a Dios que todavía estamos en este planeta; todavía tenemos algo para comer. Y lamentamos por los que no tienen techo; por los que comen una vez al día y así por el estilo.
La ventaja que tenemos los cristianos, y los que vivieron antes del cristianismo, en las buenas o en las malas; frente a este mundo decadente, está en la clave, una palabra que tiene solo dos letras: La fe.
El texto bíblico, completo (diríamos el capítulo) nos asegura que tenemos Patria y dice así: “Todos éstos murieron en la fe, sin haber recibido las promesas, mirándolas de lejos, saludándolas y confesando que eran peregrinos y forasteros sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. Si hubieran estado pensando en la tierra de donde salieron, hubieran tenido tiempo de volver a ella. Pero deseaban la mejor, a saber, la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les había preparado una ciudad.” (Hebreos 11:13-16).
Es natural que todos busquemos el bien para nuestras familias, para los demás, para nosotros mismos, y por qué no, para nuestro país; no importa donde estemos, sea en un país con riquezas, pobreza, guerra o paz, debemos sujetarnos de la fe y nuestra vista debe estar puesta en la Patria celestial.
Así lo revela ese capítulo que inicia con el padre de la fe (como se le llama) a Abraham. Luego le siguieron: Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, Rahab, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, Jesús, el Hijo de Dios y hasta nosotros hoy.
Nadie nos llama a estar conforme, pero todos estamos convocados a anhelar el Cielo, y, es el ofrecimiento que nos hizo Dios desde la creación, ratificado cuando nuestro Señor Jesucristo se entregó por nosotros, a todo el que dispuesto a creer en Él y su pronto regreso.
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