Recientemente tuve la oportunidad de revisar un ensayo escrito por Bernardo Kliksberg llamado “Ética y economía. La relación marginada”. En dicho documento se aborda de forma crítica como nuestras sociedades latinoamericanas hemos dejado a un lado las discusiones éticas, considerándolas superfluas o inútiles, frente a los problemas económicos urgentes que sufrimos de forma endémica. De hecho, todos los intentos de corregir nuestros índices de pobreza, a punta de demanda agregada e industrialización con vocación exportadora de materias primas, prescindiendo de los valores de la solidaridad y la promoción de la equidad, terminan siempre en la creación de sociedades ensimismadas, consumistas, sin identidad y sin cambios sustanciales en sus niveles de miseria y marginación.
Según Kliksberg, las sociedades que no encaran la necesidad de compatibilizar sus políticas económicas con la inclusión social terminan por desarrollar “coartadas” que justifican la existencia de sus cadenas que las amarran al atraso. Entre las coartadas, este autor ubica algunas que pueden ser de interés para los venezolanos de la actualidad, a saber: 1) Se trata de convertir la pobreza en un problema individual, 2) Se plantea que las desigualdades son inevitables, 3) Se plantea que la solidaridad es una especie de anacronismo, un valor premoderno, 4) Que los sufrimientos sociales infligidos son para obtener fines superiores.
Estas “coartadas” pueden escucharse cada cierto tiempo de boca de algunos políticos, de gobierno y de oposición, matizadas en medio de lenguajes edulcorados, pero siempre presentes. Pero lo preocupante no es que tales argumentos falsos fuesen expresados por algunos líderes políticos, sino que estos argumentos sean repetidos incansablemente por la ciudadanía que de alguna manera, en su conjunto, esta presta a creer que la pobreza es un castigo divino o una responsabilidad de los mismos pobres que viven en condiciones miserables porque así lo desean. Lo cierto es que si nuestra sociedad tiene índices de pobreza alarmantes mucho tiene que ver con nuestra poca disposición cultural a corregir tal desbarajuste.
Las políticas públicas que como nación desarrollamos no están motivadas en cuanto sus fines, a razón de nuestras coartadas culturalmente aceptadas, en sacar de las garras de la pobreza a sus víctimas sino para captar el voto de los infelices para la futura elección. Es por ello que en aquellos infiernos terrenales llamados “invasiones”, a pesar de que llegan los programas de asignaciones económicas como “Madres del Barrio”, “Amor Mayor” o “Mercal” no llega, curiosamente, la dotación de aguas negras y agua potable, no llega el asfalto para la calle de tierra, no llega la electricidad, ni empresas, ni inversiones, ni escuelas o liceos y, menos, trabajo. Dura realidad, pero cierta.