Está claro que Venezuela es un país gobernado por militares.
Aunque el Presidente actual sea un civil, que ni siquiera participó en la intentona golpista del 4-F, la avasalladora impronta militarista decretada por Hugo Chávez sigue incrustada en el aparato del Estado. Es más, se percibe como una camisa de fuerza, o círculo vicioso. Porque romper con ese estilo, mandón y atrabiliario, equivaldría a traicionar al “gigante”. Y, quizá suene a maldición, pero si dejar de parecerse al finado conduciría a una ruina política, a una pérdida de identidad revolucionaria, seguir por este colosal despeñadero, económico y moral, no presagia un mejor desenlace.
Los militares, entonces, están obligados a releer la Constitución, lejos del bullicio de las arengas, y a no perder de vista que su principal y más sagrado compromiso es con la patria, no con “persona o parcialidad política alguna” (artículo 328 de la Carta Fundamental). Su participación determinante, privilegiada, en la vida nacional, les asigna, en consecuencia, un grado de responsabilidad proporcional en cuanto ocurre, ahora, en Venezuela. Y, además, en el sentido y naturaleza de los acontecimientos que estén por venir, pues la historia de los pueblos no se detiene.
Es que no quedan bien plantados, como institución llamada nada menos que al resguardo de nuestra soberanía; y, encima, torpezas sobrevenidas los involucran aún más. La creación del Centro Estratégico de Seguridad y Protección a la Patria (Cesppa), más allá de la rimbombancia de este rótulo, configura un precedente nefasto. En primer término, y volvemos a un mandato inexcusable, porque es inconstitucional. Aparte de que representa un nuevo mecanismo de censura, en palabras del jurista Asdrúbal Aguiar, blinda a una claque militar que tendrá más poder que el Presidente. “El Cesppa es el que decide qué se le informa o no al Jefe del Estado. Nada menos”, subraya Aguiar. Y rendirá cuentas a una instancia partidista: la Dirección Político-Militar de la Revolución Bolivariana.
Una de las obsesiones del Gobierno es la de mantener la sensación de que vivimos inmersos en una guerra permanente. Y, como se ha dicho tantas veces, la primera víctima de toda guerra es la verdad. Es así como desde el poder se toman la licencia de proclamar medias verdades, y mentiras enteras, como si se tratara de las tablas de la ley, bajadas por Moisés en el monte Sinaí.
El presidente de la Asamblea Nacional (¿desde cuándo es ésa una de sus atribuciones, o volvemos a la prerrogativa militar?) anunció que dos aviones del narcotráfico habían sido interceptados por F-16 nuestros, e inmovilizados, al sur del estado Apure. Uno de los aparatos, señaló, fue derribado. El jefe del Comando Estratégico Operacional de la FANB publicó en su cuenta de Twitter unas fotos con los supuestos restos, quemados, de esta nave, que afloraron, enseguida, una montaña de dudas, o sospechas. (¿Qué pasó con los ocupantes, se eyectaron acaso o se trataba de un avión no tripulado? Y, la droga, se estima que podía transportar unos 400 kilos de cocaína, ¿a dónde fue a parar? ¿Por qué se guardan las fotos de la persecución, del derribo, bajo Gobierno tan escandaloso?) Un observador más avisado preguntaría por qué no se desintegró una nave derribada en pleno vuelo? Y, además, ¿por qué las hélices están intactas?
Hay más interrogantes que ningún periodista podrá hacerles, cara a cara: ¿Basta un acto “heroico” como el que nos ocupa, para pasar la página de los 1.382 kilos de cocaína decomisados por las autoridades, en París, hace un mes apenas, luego de atravesar tan gigantesco alijo los controles de la frontera y todas las alcabalas, hasta ser depositado en un hangar de Maiquetía y embalado en 31 maletas, no registradas a nombre de ningún pasajero, dentro de un avión de Air France?
Antes hubo un decomiso de una tonelada de cocaína, también procedente de acá, en Islas Canarias. Y otro, en México. Esto habla de una logística sofisticada, de alto nivel. Está claro que no se trata de un hecho fortuito ni se resuelve con castigar a tres mulas. La DEA tiene en su lista negra a generales venezolanos. Las conexiones con las FARC, camufladas de afinidad ideológica, deben ser sometidas a la lupa más exhaustiva. Asimismo procede establecer si es verdad la existencia del célebre Cartel de los Soles, así como de otro, de nuevo cuño, que le haría competencia y habría dado pie a una cruzada de sapeos que explica no pocos de los cuantiosos decomisos.
Habrá que ver hasta dónde ha permeado la droga, y su poder corrosivo, a la sociedad venezolana. La grosera intromisión de Cuba en nuestros asuntos más sensibles y estratégicos es otro desafío de monta. En todo esto hay un mar de inquietudes. Muchas sospechas de por medio. Muchas dudas, muchas incógnitas que los venezolanos tenemos pleno de derecho a formularnos, mientras ninguna ley ni opresión nos obligue a aplaudir, de pie, la ignominia en curso; a asumir, callados, cómplices, la postura de vulgares zoquetes.
Editorial: El papel de la FANB
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