Crónica urbana – La alternativa era la libertad

A comienzos del año 1928, irrupción de rebeldías estudiantiles en Caracas contra una dictadura que humillaba al país, Barquisimeto en asuntos políticos parecía estar estancada. El tiempo veía las horas en el círculo de siempre, sin avanzar, girando en calmosa rutina donde lo más novedoso eran las fiestas de Carnaval con sus bonitas reinas y sus comparsas llenas de máscaras que ocultaban realidades.
Para variar, ese año en Barquisimeto llamó la atención el tránsito de los primeros autobuses de transporte urbano, unidades con artesanales carrocerías de madera que recorrían rutas por las calles Comercio (avenida 20) y Libertador (carrera 19), en una pequeña ciudad que había clausurado el servicio de un tranvía tirado por viejos caballos. También circulaba un autobús en el trayecto Barquisimeto-Santa Rosa, ida y vuelta, manejado por su dueño Lino Piña, hombre de útiles iniciativas de trabajo.
Además, surgió algo muy novedoso cuando algunas damas empezaron a conducir automóviles, entre ellas la señorita Carmen Oberto, hija del general Miguel Oberto, amo de tierras y de lealtades caudillescas. Aquella muchacha fue la primera que en Barquisimeto recibió, en septiembre de 1928, un título para manejar automóviles, inusual hecho que llevaría a la mujer a convertirse en la avasallante intrepidez del volante.
En esta acción sobre ruedas se presentó la primera carrera automovilística, una prueba de 800 metros en la calle Márquez (carrera 21) que partió frente al cementerio de Bella Vista, hasta la actual calle 34. Participaron Lino Piña con un flamante Dodgevrot, y Gliserio Anzola con un Ford modelo Tablita, ambos bien preparados para ese reto. Ganó el “bólido” de Piña, a una velocidad de 40 kilómetros por hora.
Mientras tanto, en una Barquisimeto donde para el ambiente musical, incluido el ruido bailable de moda que era el charlestón, sólo familias ricas podían adquirir unos artefactos llamados ortofónicas. Sin embargo, la vida seguía apacible y la gente del pueblo, que andaba sobre terrosas calles, algunas pavimentadas con piedras y una faja de macadam en el centro, en domingo tenían la oportunidad de escuchar buena música de la Orquesta Mavare, o de la Banda del Estado, agrupaciones que con variado repertorio tocaban públicas retretas.
Cientos de bicicletas ocupaban espacios callejeros, los ciclistas pedaleando en masa, ya con intenciones competitivas. Así, los más jóvenes organizaron un club y protagonizaban durante las madrugadas de misas de aguinaldos eventos en circuito alrededor de la Plaza Bolívar, marcando la meta por el lado norte del templo Inmaculada Concepción. Con raudos embalajes sobresalían Augusto Marín, Belisario Fréitez, Elías Saldivia y Luis Gil, aplaudidos por sus madrugadoras hazañas.
Se hablaba acerca del Cine-Circo Arenas, espacio abierto a múltiples espectáculos donde se habían presentado los prestigiosos toreros Julio Mendoza y Manolo Montero, junto al Trío Las Españolitas, muchachas que animaban con música y cantos aquel ambiente taurino. En el ámbito deportivo estaba recién inaugurado el Club Atlético América, cuyo objetivo era la práctica de béisbol y tenis. Se había estrenado con un discurso de Eligio Macías Mujica, talentoso periodista de EL IMPULSO.
Aunque dentro del aquel escenario en Barquisimeto todo parecía estar en calma, detrás del telón habían hombres que sin ser políticos ni militares, asomándose al silencio de las horas estancadas, al atraso y al dolor del pueblo, decidían enrolarse en temerarias montoneras para enfrentar la barbarie del dictador Juan Vicente Gómez. Y eso se pagaba bien caro, pero se arriesgaban  entendiendo que la alternativa del momento era la libertad.