La prensa en forma abundante y vez, dio suficiente centímetraje a la declaración del Presidente, en relación con el acto de Consolidación de la Unidad Cívico Militar, celebrado en el histórico campo de Carabobo y donde hizo entrega de ejemplares de la réplica de la espada del Libertador, a los Generales del Ejército.
Merece aplauso esta sensata decisión, si es que ella obedece al inequívoco propósito de adjudicar domicilio fijo, destinatario único, a la venerada joya, con que la munificencia de la Municipalidad de Lima, exaltó las virtudes castrenses del Libertador, en merecido premio a la proeza de la Batalla de Ayacucho, como feliz remate de la emancipación hispanoamericana.
Se impone este singular señalamiento, toda vez que el finado Presidente Chávez, sin precaución, de ánimo desprevenido, incurrió en el nefando error de otorgar la simbólica presea de nuestra gesta magna, a quienes jamás se hicieron dignos acreedores a tan excelso honor, porque estaban relevantemente identificados como conocidos reos de lesa patria, traidores a la dignidad humana, cercenadores de los Derechos Humanos, tildados con los más abominables crímenes de tozudos terroristas, traficantes de drogas y genocidas en grado mayor, tales son los especímenes conocidos y reconocidos como Muamar Caddafi, de Libia, Robert Mugabe de Zimbabue y Ruben Lucashenko de Biolorusia, indomables exponentes del crimen y de la anti-patria.
Una deferencia, inmerecida de estos dictadores tan redomados, pone en tela de juicio el espíritu democrático y lo hace incurrir en complicidad asociada. Con altiva independencia de criterio frente a semejante desplante, fijé posición de rechazo a ese ignominioso proceder, en columna publicada en este mismo vocero, con data, 9 de octubre del dos mil nueve, ratificada, posteriormente, en 11 de marzo de 2.011, donde solicitamos el retorno de la Espada del Libertador y una tercera columna, aparecida el 2 de septiembre del 2.011, donde propusimos Referéndum, para revocar credenciales honorificas de Bolívar, otorgadas al Dictador Kaddafi. Al Comandante fallecido, hicimos este enfático alegato: “Ud., puede tener razones inconfesables que lo impulsen a esta demostración, pero ofender la dignidad de la Nación y la memoria inultrajable del Libertador, no puede ser actitud aceptable de un Jefe de Estado que se tilda de bolivariano” (El Impulso). El silencio fue la única respuesta a mi patriótica angustia de ofendido.
Durante el acto de consolidación de la unidad cívico-militar, Maduro entregó la réplica de la gloriosa espada del Libertador, a los Generales de Brigada del Ejército (únicamente) siguiendo la costumbre del dictador Pérez Jiménez.
Si es anuente a esa costumbre, vale más y es justo, que la simbología del glorioso sable, debe adjudicarse, por igualdad, a toda la oficialidad acreedora a tan eminente distinción. Asignarlo solo al ejército, es una servil imitación de absurdo proceder. Debe adjudicarse (la espada) mediante normativa específica, que cree una Orden Especial. Jamás debe otorgarse al voleo, para satisfacer vanas pretensiones o baladíes razones. Menos aún, caer en el baldío inferir de la copla gitana: como la mala moneda, que de mano en mano va, sin saber en cual se queda.
La adquisición de la espada, premia el merito y la virtud, sistemáticos y continuos de la oficialidad institucionalista, que actúa enmarcada en el perfil del artículo 328 de la Constitución Bolivariana, cuya savia doctrinaria y cívica, inspira el espíritu castrense de ser como guardia de honor montada en torno a la majestad de la Republica.
La nueva moral para construir las estructuras del porvenir y la guía inapelable del Libertador, dan luz y ejemplo para proceder con justicia y dignidad “El premio del mérito es el acto más augusto del Poder Humano” (Bolívar, Discurso de Instalación del Consejo de Estado, Angostura 10 de noviembre de 1.817).
La espada de Bolívar y la nueva ética política
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