Ventana abierta
Para recordar: “En quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor…” Efesios 2:21
Cuando oímos el sustantivo Patrones, de pronto se nos viene a la mente unos amos, un jefe, un patrón. Aunque, la Biblia hace referencia de unos patrones obedecidos por sus criados, siervos, o sometidos por sus “dueños” (ver Efesios 6:5; 1ª Pedro 2:18). Hoy, esto debería ser historia, pero no es de lo que estamos hablando.
A veces los políticos (gobernantes) se toman muy en serio esa palabra y creen que son los patrones de la comunidad, del municipio, estado, país, y mandan como sí ellos fueran los dueños, tanto del territorio que gobiernan, como de la mente de las personas.
Hay personas que se convierten en patrones de otros; hay quienes los imitan, y los convierten en un modelo a seguir. Es lamentable que esos patrones humanos, decepcionamos o somos decepcionados.
Patrones, son los que necesita la diseñadora Yesenia Gutierrez; cuando los dibuja o, los compra, para confeccionar trajes, ropa de vestir, a la medida.
En realidad, de los patrones que vamos a hablar, son hábitos que nos formamos. Son conductas que en la mente actúan en el subconsciente. Así lo menciona Metthews, A. (2.004), en su libro, “Por favor sea feliz” y señala: “Muchos de nosotros presentamos patrones de vida recurrente; una experiencia pasada, o un mismo comportamiento, se manifiestan una y otra vez” (p.8).
Entre otros de los patrones presentados por Matthews están: El hábito de llegar tarde (donde muchos estamos luchando para ganar esa batalla); los melodramáticos (que lloran por todo) y, cuando alguien le pregunta ¿cómo estás?, nos cuenta los mil dramas que enfrenta día a día.
Antes de proseguir, observemos algunos ejemplos, que bien pudieran ser de la vida real y así darnos una idea práctica de diferentes patrones.
Es la historia de tres niños, cuyas edades oscilan entre 7,8 y 10 años de edad, y cada día repetían lo mismo, hasta que fueron mayorcitos.
Lina, era una niña que le costaba levantarse en la mañana, y la mamá, cada día le decía: “Lina, Lina ¡apúrate! Que vas a llegar tarde a la escuela”. La respuesta de Lina era: “Ya voy mamá, no preocupes ya voy a estar lista”.
Por su parte, Roberto era un niño un poco “comelón” y la progenitora le llamaba la atención: “Roberto, ¡si no paras de comer, vas a engordar demasiado!… ¡Se puede decir que estás haciendo una sola comida al día: Desde que te levantas, hasta que te acuesta!”.
Juanita, mayorcita que los dos anteriores, tenía el problema de ser un poco desordenada y sus padres le hablaron: “¡Juanita¡ Dejaste la ropa tirada, tanto en la cama, como en el piso; tampoco tendiste tu cama y tu papelera está llena de desperdicios”.
Esta historia, se repitió una y otra vez, por largos años, y estos son los resultados de problemas infantiles, de patrones mal encaminados: Lina, siempre llega tarde al trabajo; Roberto, tiene sobrepeso y como consecuencia, muchos problemas de salud; y Juanita, en su trabajo es muy desordenada y/o desorganizada.
Bien escribió el sabio Salomón, quien aconsejó que debíamos instruir al niño desde pequeño y “aunque fuere viejo no se apartará de…” la enseñanza (Proverbio 22:6).
Según Matthews, tenemos otros patrones, entre otros: El accidentado, “personas que tiene un talento especial para accidentarse”; el enfermo, “hay quienes se enferman cada vez que se le presenta la oportunidad; o los lunes en particular”; patrones de quiebra: “No es cuestión del dinero que gana, sino de lo que hace con él” (p.11,12).
La buena noticia es, que todos esos malos hábitos los podemos cambiar. Bien dijo el Apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Esto está en concordancia con lo que dice el autor del libro, “…Sea Feliz”, y en la p.14, sugiere que los hábitos los podemos cambiar diciendo: “Nunca me enfermo”; “siempre llego al momento preciso”, así sucesivamente.
Cuando el Apóstol dice: “…vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.” (Efesios 2:22), se refirió a que cada uno labra su propio destino y somos como el edifico que hay que irlo forjado desde que somos pequeños, para alabar a Dios con nuestros hábitos y vida en general.
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