Nicolás Maduro, con escasos meses al frente del gobierno de Venezuela, insiste en presentarse como heredero de Hugo Chávez. Se autodenomina “el primer presidente chavista” para resaltar su condición de hijo político del fallecido populista, quien durante 14 años mantuvo una política restrictiva hacia los medios de comunicación y la libre expresión. La gran diferencia, cuando se evalúan ambos gobiernos, es que la luna de miel de Chávez con los medios se extendió por un par de años. Montado en una tremenda ola de popularidad y legitimidad, Chávez pudo maniobrar sus primeros 24 meses sin atacar a los medios críticos. Ya a partir de 2001 la historia fue otra y sobre eso hemos escrito en varios lugares. Para una síntesis de lo que ese período puede verse el libro que me editó la editorial Alfa, “La presidencia mediática”, el año pasado.
Maduro es otra historia y en ese sentido, desde mi punto de vista, debemos hablar de madurismo para diferenciarlo como un período de gobierno con unas características propias. Al menos en el tema que nos ocupa, información y democracia, lo ha sido de forma muy clara. Nicolás Maduro será recordado como el presidente que en más corto tiempo ha acumulado la mayor cantidad de atropellos y tropelías contra el libre flujo de informaciones y opiniones en Venezuela. Su precaria legitimidad, junto a índices muy altos de impopularidad, se han combinado para que Maduro tenga una de las más cortas lunas de miel que se recuerden en el país. Eso de la luna de miel es un símil para describir el período inicial de cualquier gobierno, en el cual en general la ciudadanía le otorga un período de gracia al gobernante.
La respuesta política del madurismo ha tenido en este período una clara línea de acción en contra de los medios de comunicación y como decíamos del libre flujo de informaciones y opiniones. Maduro no había sido aún investido como presidente, eso tuvo lugar el 19 de abril, cuando ya el día anterior emplazó públicamente a Televén a cambiar su línea editorial en relación a la aparición en pantalla de Henrique Capriles Radonski. El efecto fue inmediato. Entre sus primeras acciones ya investido fue reunirse con los dueños de los 3 canales privados más importantes (Venevisión, Televén y Globovisión), en una conversación que si bien fue privada dejó en claro cuál era su tono: la invisibilización de las voces opositoras y en particular la figura del gobernador de Miranda. Hoy vemos como Capriles Radonski, en la cobertura televisiva, está convertido en noticia de un minuto al aire, mientras que Maduro –en promedio- aparece tres horas cada día.
La lógica televisiva de Maduro es la misma de Chávez, aunque carezca del carisma de aquel. Mostrarse en televisión es su forma de hacer gobierno. Entre mayo y junio atacó directamente a diarios como El Universal y El Nacional, cuestionó la cobertura de muchos temas e hizo llamados a su –entonces- ministro Villegas y a la fiscal general para que actuasen en contra de los medios de comunicación. No se tomaron muchas medidas concretas, es cierto, pero el clima de nuevo se tornaba poco propicio para informar con independencia.
Palabras más palabras menos así han transcurrido estos meses. Una tensión verbal permanente contra el trabajo periodístico. Los últimos días han significado un cambio cualitativo, ya que de las palabras se pasaron a las medidas formales. La Comisión Nacional de Telecomunicaciones le abrió el enésimo procedimiento administrativo sancionatorio a Globovisión y la fiscalía general una investigación al diario 2001 (detrás la voz de Maduro pidiendo que metieran preso al responsable del titular de este diario), en ambos casos se intenta castigar la información que refleje desabastecimiento y escasez. Junto a esto se revive un aparato de seguridad cuya acta de nacimiento original data de 2010 (ya que ahora se copia lo del Cesna) sencillamente recuerda el lenguaje de lo peor de los regímenes totalitarios: el Centro Estratégico de Seguridad y Protección de la Patria (Cesppa). Maduro, sin duda, tendrá mucho para ser recordado, yo en particular creo que por la censura.
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