En el Colegio de Abogados del Estado Lara, la Comisión Internacional de Juristas celebró recientemente un seminario acerca de la justicia venezolana. La juez María Lourdes Afiuni concurrió como invitada especial. Y los panelistas fueron Lirio Terán, Jorge Rosell, Pedro Troconis, Elías Heneche, Humberto Prado, y el magistrado chileno Jaime Salinas.
Cabe destacar que allí se hizo referencia a la madurez legal e institucional que alcanzó el país para la década del ’90, aún con la denostada Cuarta República, cuando el ingreso a la carrera judicial pasaba por rigurosos exámenes y concursos, verificación de títulos y logros académicos y profesionales, y por el análisis de la personalidad, reputación y estilo de vida del aspirante a juez, fiscal o defensor público.
Pero también se llegó allí a la unánime conclusión de que el régimen arbitrario y militarista imperante hoy en Venezuela, había aplastado todo signo de autonomía, independencia y estabilidad del Poder Judicial. Y fue contra esa amarga realidad que terminaron estrellándose cada una de las soluciones propuestas por los panelistas. ¡Todas pasaban por el malquerer del Gobierno! ¡Y éste –como sabemos- cada vez malquiere más!
Cual si fuese un parque temático, en dicho seminario recorrimos palmo a palmo la ruta de la justicia. Así pues, paseamos por los aciertos de antaño, por los descalabros presentes y por los más tristes augurios. Y para cada estación hubo un sentimiento. En efecto, de la nostalgia fuimos a la rabia, después a la impotencia, y por último a la resignación.
Y aunque Rosell terció oportunamente, reanimándonos la esperanza al asegurar que la única salida que se desligaba de esas fatalidades la ejerceríamos los venezolanos en las elecciones del 8 de diciembre, costaba digerir que ese don, por demás precioso y universal, dependiese de una manifestación tan eminentemente política.
Tal conclusión –por cierto- coincidió a plenitud con la homilía pronunciada en la misa del 72 aniversario de Acción Democrática. En esta ocasión el sacerdote nos dijo que la política era el instrumento básico para construir una nación y para organizar a la sociedad en un estado de libertad, de derecho y de justicia. Y emplazó a todos los laicos a su constante ejercicio. Pocos días después, el Papa Francisco impartía igual recomendación.
Era entendible pues que esos consejos nos movieran el piso. Particularmente recordé que en 1972 me recibí de abogado, por lo que, en 1998, después de 26 años de intenso ejercicio, era natural que comenzara a planificar el retiro. Sin embargo, ocurrió que por esa misma época se inició en el país este extravagante experimento ideológico militarista.
Desistí, pues, de la jubilación y me inserté activamente en la política. Pagaba así una vieja deuda con la democracia, pues resulta que mis abuelos, padres y tíos, fueron de los que enfrentaron las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez. Y también fue por ese accionar que, durante cuatro décadas consecutivas, sus descendientes pudimos disfrutar de paz, libertad, igualdad de oportunidades en el estudio y el trabajo, y de fe en un mundo cada vez mejor.
Con tal decisión, igualmente he cumplido con mis hijos, sobrinos y nietos, pues desde entonces –y con denuedo- procuré brindarles y defender todo lo bueno que nosotros disfrutamos en democracia. Y aunque todavía no hemos satisfecho a plenitud ese encargo, queda la íntima satisfacción de haber hecho hasta lo imposible por lograrlo.
Muy a propósito de la justicia y de la recomendación de votar, rememoremos finalmente la parábola de la viuda y el juez injusto (Lucas 18: 1-8). Dice Jesús de Nazareth que en cierta ciudad había un juez, ante el cual, todos los días e insistentemente, se presentaba una viuda pidiendo que se le hiciera justicia.
El juez, ante tantos y persistentes requerimientos, dijo entonces: “… Esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga viniendo y me agote la paciencia”. Y ante esta solución, dijo Jesús: “… Presten atención a lo que dijo el juez injusto. ¿Acaso Dios no les hará justicia a sus elegidos, que día y noche claman a él? ¿Se tardará en responderles? Yo les digo que sin tardanza se les hará justicia”.
Sin lugar a dudas, ese pasaje bíblico enseña que la perseverancia es una cualidad muy importante para los hombres de fe. Y ejemplifica muy bien el consejo de Jesús, impartido en Mateo 7:7-11: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá…”
Por ello es que con humildad, pero con la más firme convicción, finalizo invitando a los hombres y mujeres de bien a que le hagamos caso a Rosell, al sacerdote, al Papa Francisco, y a la viuda de la parábola.
Votemos pues el 8 de diciembre, activemos en política y pretendamos la justicia sin rendirnos nunca. Procediendo así, nada ni nadie en la tierra podrá birlarnos los resultados. ¡Palabra de Dios!