Y Dios puede sanar de muchas maneras. La Sagrada Escritura con frecuencia nos narra sanaciones, la gran mayoría realizadas directamente por Jesucristo, pero también algunas realizadas a través de sus Apóstoles. Y aún en el Antiguo Testamento podemos conseguir algunas.
Una de éstas es la sanación de un leproso llamado Naamán. “Su carne quedó limpia como la de un niño” (cf. 2ª Re 5, 14-17). En este caso vemos a Dios sanando a una sola persona a través de un instrumento suyo (el profeta Eliseo), sin siquiera estar éste presente, con unas instrucciones muy precisas (bañarse siete veces en un río).
A veces se han dado sanaciones colectivas. Tal es el caso de la sanación de diez leprosos, hecha directamente por Dios (por Jesucristo), sin estar El presente, pues esa sanación se sucedió mientras los leprosos iban -por instrucciones del mismo Jesucristo- a presentarse a los sacerdotes, quienes –de acuerdo a la ley judía- debían ratificar la curación (cf. Lc. 17, 11-19).
Otras veces Jesucristo sanó utilizando una sustancia, como fue el caso del barro usado para untar los ojos de un ciego. Otras veces sanó dando una orden: “Levántate, toma tu camilla y anda”, le dijo a un paralítico. O también como al criado del Oficial romano, a quien sanó sin siquiera ir hasta donde estaba el enfermo. O como a la hemorroísa a quien sanó al ella tocar el manto de Jesús. Otras veces -como decíamos al principio- fueron los Apóstoles los instrumentos que el Señor usó para sanar.
Sea cual fuere el instrumento físico o humano que aparezca en una sanación, es Dios Quien sana. Y Dios sana a quién quiere, dónde quiere, cuándo quiere y cómo quiere… porque Dios es soberano. Es decir: Dios es dueño de nuestra vida y de nuestra salud. Y nuestra Fe consiste, no sólo en creer que Dios puede sanarnos, sino también en aceptar que El es soberano para sanarnos o no y para escoger el lugar, la forma, el medio y el momento en que nos sanará.
Dios sigue haciendo milagros hoy en día. Para cada canonización la Iglesia Católica requiere de un milagro comprobado. Para nombrar sólo un caso: en el proceso de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, se dio a conocer un milagro impresionante, no sólo por la gravedad de la enferma, sino porque la curación tuvo lugar en un asilo de las Misioneras de la Caridad, congregación fundada por ella, sucedió el día aniversario de su muerte, es decir de su llegada al Cielo, y, adicionalmente, habiéndosele colocado a la paciente un escapulario que había estado en contacto con el cuerpo de nuestra futura santa, la Beata Teresa de Calcuta.
El Señor sana y sigue sanando: sana cuerpos y sana almas. No importa el medio que use: puede hacerlo directamente o a través de un instrumento escogido por El … inclusive a través de médicos y medicinas. Pero sucede que la mayoría de los médicos creen que ellos son los que sanan, sin darse cuenta que también ellos son instrumentos de Dios, pues si Dios, que es soberano, no lo quisiera, tampoco se sanarían sus pacientes.
Quien sana es Dios. Y si algún enfermo sana a través de alguna persona, es porque Dios ha actuado.
Jesucristo sanó directamente y realizó toda clase de milagros, no sólo de sanaciones, sino de revivificaciones, que son manifestaciones más extraordinarias aún que las curaciones. Y, además, realizó el más grande de los milagros: su propia Resurrección.]
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