A la querida familia Mateos Barcón
Cuando salió a la luz en 1779 el libro “Cantar del Mío Cid” estaba muy de moda el refrán “Con pan y vino se hace el camino”. Pasando el tiempo Arturo Mateos Bernat (+) bautizó su casa con el nombre de aquel guerrero del libro. A la frase arriba señalada se puede agregar que no solo con pan y vino se hace camino, también se hace con el hábito, se levanta la casa, se siembran los mejores momentos, se hace nido a lo mejor de la vida.
He visitado varias veces a mi amiga Paz en su casa cuyo nombre “Mío Cid” permanece intacto; allí se conserva el encanto natural de los días, se puede recorrer el camino cuyo principio no muestra final, en el sentimiento no han cesado de reventar auroras, ni la noche se cansa de fortalecer la unión con su lazo maternal, no han podido enraizarse en el ambiente los olvidos, pero se han quedado en el viejo jardín susurrando armonías los serafines del cariño.
Quienes disfrutamos de aquella casa, de tanto afecto, de compartir tantas navidades, alegrías, celebraciones, éxitos y nacimientos, sentimos dentro del corazón el abrazo de sus paredes, el cobijo del cariño que no ha podido disminuir el tiempo; su techo, su entorno, el asador, los escaños, la piscina, los rincones florecidos, parece que durmieran esperando el regreso de aquellos que se fueron para nunca más volver, de los otros que se fueron y siguen regresando.
El afán se ha quedado sin la prisa de otros días, los lentos movimientos de natura siguen siendo imperceptibles, allí todo es serenidad, la soledad del entorno reconforta la fe, anima el espíritu. En medio de aquella soledad siguen dando vida a la casa los árboles, las guacamayas, las aves silvestres, ardillas, la decoran los cuadros de la querida tía, la mesa en la que se sirvieron tantas exquisiteces, permanecen vivas las personas en las fotos, parece que sonara el cristal fino de las copas que tanto se alzaron y chocaron para brindar por las alegrías, los cumpleaños, por la vida, por los sueños, por los años que se fueron, por los que llegaron. Desde su rincón sigue la biblioteca invitando a leer, las manos de la abuela ya no tocan el piano, ni se oyen sus clásicos queridos ni “los Peces en el río” de Diciembre; estampadas quedaron las huellas de los niños que crecieron, las de los padres y también las de los abuelos.
El tiempo rueda interminable yendo hacia adelante, arrugándolo todo, sepultando ocasos. El amor ha sabido vencer los embates del tiempo, todos han saboreado el valor de las excelsitudes del espíritu, saben que la corteza de los árboles contiene todas las preguntas que del tiempo se puedan hacer.
Al frente de la casa queda la madre dedicada a ajustar al tiempo las manecillas que avanzan imparables, con tanta velocidad que se comen los años sin que nos demos cuenta. Nada es eterno, la vida es un botón en flor que nos regala sus aromas un rato y se va enseguida.
En aquel recinto callado se entreabren en el recuerdo las flores del pasado que aunque el viento se ha llevado todavía huelen a mieles, los grillos continúan como ayer bebiéndose el cielo con sus chillidos, aún llegan colibríes a emborracharse con el néctar de las flores, rayos del sol dorado penetran la casa, aquí todos conocen el lenguaje de los pañuelos, el hasta siempre y el hasta nunca. Cada mañana reverdece la esperanza, cada mañana se agradece la existencia, el recuerdo se niega a morir. Es una realidad que aunque todos, un día se vayan siempre habrá uno que haga retoñar en aquella casa la esperanza que a nadie niega florescencia.
Todos los que alegraron y llenaron aquella casa permanecerán encadenados al camino feliz, se irán pero volverán. El tiempo seguirá recordando las historias del pasado, hallarán en el pétalo refrescante el por qué vivir contentos, en el árbol genealógico queda la raíz de los ejemplos, las trinitarias seguirán floreciendo, las banderas de la libertad firmes, quedará por siempre el fulgor de la arcilla haciendo vida, el pasado seguirá vigente en cada rincón, en cada fotografía, en lo remoto del tiempo feliz incansables seguirán aferrados los herederos repitiendo:
“No cabe duda. Esta es mi casa. Aquí sucedo, aquí me engaño inmensamente. Esta es mi casa detenida en el tiempo” (Benedetti).
En un rincón de Aragua, “Mío Cid” sigue allí detenida en el tiempo, esparciendo sobre ella el sol sus reflejos en una indefinida lejanía…
Por la puerta del sol “Mío Cid” se llama la casa
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