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Los historiadores señalan que los estilos de vida y gustos dominantes en distintas épocas pueden clasificarse como apolíneos o dionisíacos. Los nombres derivan de los dioses griegos Apolo y Dionisos, ambos hijos de Zeus, pero cada uno con un carácter totalmente opuesto. Apolo era refinado, gustaba de la luz, del orden, de la disciplina, de las matemáticas y del saber. Dionisio era tosco, feo y prefería la oscuridad, la buena bebida y el placer de la vida.
Las sociedades, señalan algunos historiadores, evolucionan pasando de lo apolíneo a lo dionisíaco y de nuevo a lo apolíneo. Lo vemos cuando en el Renacimiento las artes se hacen naturalistas, precisas, verdaderas en las imágenes que representan. Los artistas adoptan los métodos matemáticos de la recién descubierta perspectiva cónica, y utilizan las nuevas reglas para componer y diseñar. Pero la pureza apolínea de este estilo evoluciona poco a poco cuando las imágenes y las formas arquitectónicas se van recargando más y más hasta llegar al barroco, un estilo dionisíaco.
Por supuesto, el cambio de una a otra expresión no es instantáneo, siempre hay una etapa de transición que para cada arte ocurre a un ritmo diferente. En un determinado momento la pintura se muestra dionisíaca mientras que la arquitectura aun está lejos de alcanzar esa condición. Esto se explica por la velocidad de cambio en cada arte específico: elaborar un cuadro lleva relativamente poco tiempo y en el tiempo en que se diseña y construye una edificación se pintan muchos cuadros, todos un poco mas diferentes que los anteriores.
En arquitectura estos cambios ocurren tanto en la decoración como en la concepción misma de las edificaciones, el carácter de su espacio, en los métodos de diseño y construcción, su relación con el contexto y en los razonamientos teóricos que la justifican.
Nos preguntamos si nuestra arquitectura contemporánea es apolínea o dionisíaca. Pero así como vamos la discusión va a terminar aplicándose a los ranchos. Esto suena como una burla hacia los pobres y sus viviendas. Aparentemente a nadie que sea sensato se le ocurriría aplicar criterios estéticos a la más humilde expresión de nuestra arquitectura domestica, pero la verdad –vergonzosa- es que los ranchos, por la fuerzas de sus números, se están convirtiendo en la más común expresión de la arquitectura y el urbanismo nacionales, visto que prácticamente no hay obras importantes que juzgar construidas en los últimos 15 años.
Parece insólito, pero el querer ver los ranchos como una obra de arte provino del mismo gobierno cuando envió a la Bienal de Arquitectura de Venecia una obra donde presenta las imágenes de la Torre Confinanzas, en Caracas, invadida por más de 3.500 personas. La presentación ganó un León de Oro.
El fracaso de la “Misión Vivienda”, a pesar de todo lo gastado en ella, de la expropiación de terrenos –sin pago- y de la nacionalización del cemento y las cabillas, revela cuan falsa es la convicción de que el Estado puede hacer mas con justicia, en mayor numero, con mayor calidad y más baratas las viviendas que se necesitan sin el concurso de las constructoras privadas, grandes o pequeñas. Se las quiere eliminar por una razón moral: porque el constructor gana dinero con sus obras, pero ellos casi siempre logran levantar las obras de manera eficiente, más rápido y a menor costo que las viviendas construidas por el Estado.
Reducir el déficit de viviendas requiere volver a facilitarles a los constructores privados su trabajo, abundar en cemento y cabilla, abrir amplias líneas de crédito y dar seguridad jurídica sobre terrenos y obras. Tambien es urgente aprovechar que los barrios están llenos de albañiles dispuestos a trabajar en la autoconstrucción de sus viviendas si se les dan los recursos. Cada municipio debería tener una Dirección de Urbanismo y Construcción Popular que oriente y apoye a los ocupantes de terrenos a hacerlo de manera adecuada, y considerar al rancho solo como una vivienda transitoria.
Analizar si los ranchos son dionisíacos ó apolíneos es un ejercicio cruel y estúpido. Ellos no son apolíneos ni dionisíacos, solo son una vergüenza que urge superar.
La ciudad como tema Los ranchos: ¿Apolíneos o dionisíacos?
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