Busco la paz en cada esquina y no la encuentro.
Busco una sonrisa y no la hallo.
Busco en mí y tampoco tengo reposo.
Lo que sí tengo es un montón de lágrimas.
Espero una sonrisa tuya para secármelas.
No tardes en remitirme un gesto de complicidad.
En coalición todas las puertas se desabrochan;
también las del alma.
No hay verso para el amor, el amor es el verso.
Y en el verso estoy yo, estás tú y nuestros diarios.
A la espera de encontrar la armonía requerida.
En coalición todas las ventanas se abren;
también las del anhelo.
Hay que recluir a los violentos,
reprimir su furia, serenar sus acciones,
para que la concordia nos abrace para siempre.
En coalición todas las vistas se esclarecen;
también las del perdón.
Necesitamos vivir, vivir con el alma tranquila,
sentir el movimiento del ser,
emocionarnos con los suspiros del día,
estremecernos con el silencio de la noche,
y enternecernos con el abecedario del aire.
En coalición todos los horizontes son nuestros;
también los del espíritu.
Dejemos que la vida crezca en nosotros.
Que en nosotros ascienda la paz en los labios.
Que los labios tracen ríos de luz.
Que la luz enhebre los sueños del camino.
En coalición todos los espacios se despejan;
también los del orbe.
Que el camino es para andarlo consigo mismo,
junto a los demás, con la quietud precisa
y con la inquietud necesariamente visionaria.
En coalición todos los pasos se aproximan;
también los del prójimo.
Que ningún son te acongoje. ¡Amémonos sin miedo!
La música más placentera, la del pulso del alma.
Es como un viento suave, como una llama prendida,
nos traspasa, se funde en el recuerdo, en la meditación.
Porque, al fin, la unión sólo tiene fuste en la medida
en que nos invita a reflexionar sobre el valor del yo
en mí o del mí en vos, como ofrenda de gracias.
En coalición todo se hace uno,
y uno es para todos y todo es en Dios, la unidad.