En el pequeño Estado del Vaticano, que se vio sacudido el año pasado por las intrigas del escándalo Vatileaks, el papa Francisco confió a los gendarmes un nuevo rol: impedir, en la medida de lo posible, los chismes y habladurías.
«Os pido defendernos mutuamente contra las habladurías», pidió Francisco a los gendarmes encargados de la seguridad del Estado más pequeño del mundo. «Pidamos a San Miguel (Arcángel patrono de los gendarmes) que nos ayude en esta guerra», agregó.
«Nunca hablar mal de los otros, jamás abrir los oídos a los chismes. Y si escucho a alguien hablando de los demás, ¡lo detengo! y le digo: aquí no se puede. Tomen la puerta de Santa Ana (puerta principal del Vaticano), salgan y sigan con sus habladurías afuera», pidió el papa a los gendarmes.
«No a la cizaña», añadió el papa argentino, explicando a los gendarmes reunidos para la misa diaria en la capilla de la residencia Santa Marta, que nadie, ni siquiera él, está vacunado contra este mal.
«Quisiera que defiendan no sólo las puertas y ventanas del Vaticano, un trabajo necesario e importante, pero que defiendan también las puertas del corazón de aquellos que trabajan en el Vaticano, en donde la tentación penetra como en cualquier otro lugar», dijo el Papa.