La Carora grande y transcendente, cuna de talentos en el arte, la música, el periodismo, la medicina, la ganadería o simplemente su misticismo contemplativo, está asociada con el desierto que somos por fuera y por dentro. Somos habitantes de un paisaje donde la vida es una oración cotidiana hacia las nubes y la lluvia es muchas veces un castigo demoledor y turbulento. Por eso tenemos alma de peregrinos que en eterna procesión vamos y venimos de una esperanza crucificada en la soledad de los cardones.
Entonces para rescatar a Carora del letargo cavernoso en que hoy vive no podemos simplemente listar problemas y exigirle soluciones al alcalde, al gobernador o al presidente y sus ministros, para intentar el retorno hacia el orgullo no podemos mirar los males que nos aquejan con la distancia de un testigo, tenemos que hacerlas llagas dolorosas y con voluntad de calvario pedirle a Dios nos resucite del conformismo y la resignación que nos consume.
Somos un pueblo del Desierto y para satisfacer nuestra sed hemos humedecido nuestras esperas por el agua construyendo mundos en la intimidad de nuestros sueños. Al viento quejumbroso y torbellino lo hicimos acorde de guitarra, al agua empozada y remolino la convertimos en poesía y serenata, al suelo salitroso lo transformamos en leche y al tanatos huesudo del calor lo vestimos de Diablo y lo retamos a convivir en el club de los chismosos.
Carora no tiene historia porque sus protagonistas están vivos o espantando, aquí nadie se muere porque todos conversamos a diario con quienes cruzaron la línea de las necesidades y se instalaron en el balcón de los recuerdos. Y como somos una ciudad donde los tiempos se solapan es inútil intentar secuenciar la vida que tenemos por capítulos, Algunas veces estamos vivos y luchando y otras muertos y llorando sobre los cementerios que habitamos.
No queda otro remedio que mojarse nuevamente en el Morere, quitarse la ropa de cadáver y ponerse a vivir con alpargatas de campesino para buscar el agua del esfuerzo que nos quiete la sed. La sed es nuestro camino y continuar en él sin desmayarnos debe ser el propósito que enrumbe la resurrección que hoy tanto necesitamos.
El problema es que hemos dejado de soñar y eso es lo que nos tiene muertos. Allí tenemos el sueño inconcluso de la Represa de Atarigua. Soñamos tenerla y con ella convertir tierra seca en alimentos, pero el sueño se nos quedo a la mitad y algunas veces se quiere transformar en pesadilla.
Rescatar a Carora de ese fondo amarillo donde yace como si fuera una tumba abierta al cielo requiere de un gran amor por lo que somos cuando estamos en posición de vivir con la sed como camino y transcendencia. Hoy estamos muertos pero la muerte para nosotros nunca es definitiva porque siempre renacemos cuando la consecuencia del relato nos invoca.
Estamos todos muertos en la vida circular de Comala y por ello desde las ventanas vigilamos el pasar sigiloso de los resucitados y el convoy penitente de almas postradas en la eternidad de los velorios. Hoy como ayer y también como mañana nuestra ruta está ligada a la sed que inspira a las guitarras, las oraciones y los cuentos.
Venimos de un manantial secreto donde el amanecer está en la agenda de Leonardo y en las tardes las caravanas de rocío retan la piel seca de anónimos soldados que batallan en la frontera entre el frio y los infiernos. Venimos de un manantial del cual fuimos desterrados y por ello el encontrarlo nuevamente nos priva del derecho a la muerte.
Somos Sed, somos Carora. Nadie tiene el poder para alargarnos el recodo de esta incertidumbre y por ello muy pronto retomaremos el verdadero camino de nuestra transcendencia, seguimos con la sed pero transitaremos por la huella del libro y la amistad. Ya estamos cerca.
Levántate y camina Carora, despierta de la muerte, agarra tu morral de ilusiones y no dejes que nadie te convierta en [email protected]
