El Evangelio nos llama constantemente a darnos cuenta que los verdaderos bienes, los únicos que son importantes son los bienes espirituales. Es más, el Evangelio nos alerta acerca del mal uso de los bienes materiales, con graves advertencias para los que vivamos apegados a las riquezas, olvidándonos de compartir con los que tienen alguna necesidad.
La riqueza en sí misma no está condenada por el Señor. El simplemente nos advierte acerca de sus peligros. Cuando el Señor narra en una de sus parábolas la condenación de un rico que vivía en medio de muchos lujos y bienes superfluos, no nos dice el texto evangélico que el rico fue al Infierno por ser rico (cf. Lc. 16, 19-31).
El rico fue al Infierno por ser egoísta, por no saber compartir, por no tener compasión de los necesitados, por no usar bien su dinero, por usar su dinero solamente para sus lujos.
Es decir, la riqueza en sí no es un pecado. El pecado consiste en no usar rectamente los bienes que Dios nos da y en no saber compartirlos.
Debemos recordar que los bienes verdaderamente importantes son los bienes espirituales, que son los que no se acaban. Son los que nos aseguran la conquista de la vida eterna y son los que realmente debemos buscar.
Y ¿cuáles son esos “bienes espirituales? Son todas aquellas cosas relacionadas con la vida espiritual. No basta solamente evitar el pecado, lo cual es ya un buen comienzo. Tampoco basta con ir a Misa los Domingos, que es un precepto indispensable de cumplir. Además, en la Santa Misa nos nutrimos de la Palabra de Dios y también nos nutrimos de Dios mismo al recibirlo en la Eucaristía. Pero esto no es suficiente: es necesario ir creciendo en las virtudes. Significa tratar de ser cada vez mejores, cada vez más entregados a la Voluntad de Dios.
¿Cómo se realiza ese proceso en nosotros? ¿Cómo se da esa entrega a la Voluntad de Dios? Especialmente a través de la oración. En la oración el Espíritu Santo nos va santificando; es decir, nos va haciendo cada vez más semejantes a Jesucristo, sobre todo en su entrega a la Voluntad del Padre. La oración nos va haciendo crecer en virtudes, entre éstas, la Caridad: amor a Dios y amor al prójimo. Uno de los aspectos de la Caridad es el “compartir”, estando atentos a las necesidades de los demás, ayudando a quien necesita ser ayudado, compartir lo mucho o lo poco que se tenga.
En la oración asidua y la recepción frecuente de los Sacramentos está la clave de la entrega a la Voluntad de Dios, y también está la clave del compartir con los demás. La oración y los Sacramentos son medios para desapegarnos de los bienes materiales y para procurarnos los verdaderos bienes, aquellos que nunca se acaban: los bienes espirituales.
Al final de esta parábola de Jesús sobre el rico condenado y el pobre salvado, el Señor reprocha a los que no hacen caso a sus enseñanzas, al referirse a El mismo en esta forma curiosa: “ni aunque un muerto resucite harán caso”. El murió y resucitó. Y todavía hay gente que no cree en ese muerto resucitado que es nada menos que Dios hecho Hombre.
Y, lamentablemente, todavía hay católicos que dicen que creen en El, pero que se dan el lujo de negar algunas verdades de la fe, como -por ejemplo- la realidad del Cielo y del Infierno, bien explicadas en esta parábola, en la que Jesús nos enseña claramente cómo después de la muerte hay para nosotros o salvación eterna, o condenación eterna.
¿Por qué existe el Infierno si Dios es tan bueno?
Ver respuesta en: www.homilia.org y www.buenanueva.net
Buena Nueva – RICOS Y POBRES
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