A propósito de una vieja fotografía adeca

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Casualmente, cercana la fecha fundacional de Acción Democrática, por fin hallamos la vieja y curiosa fotografía tomada en el Yankee Stadium a finales de 1948, en la que comparten Rómulo Betancourt, Julio Pocaterra, Domingo Alberto Rangel y Raúl Ramos Giménez. Mejor impresa que aquella que nos enseñara una vez Julio Moreno, deslumbrándonos, distante el periódico del magazine,  nos tienta a un tedioso ensayo sobre el aniversario partidista, en un país de efímeras instituciones, o a especular sobre la actual conducción adeca, luego de conjugadas las candidaturas edilicias de la oposición unitaria. Sin embargo, en el fondo, deseamos un ejercicio sobre la premodernidad.

Publicada en las vecindades del derrocamiento de Gallegos, fue de seguro impacto entre los coetáneos que avizoraban una distinta situación, pero – luego – la gráfica se hizo inédita para las sucesivas generaciones, ratificando aquello de lo viejo que se hace nuevo, según Octavio Paz.  Numerosos y contrapuestos, aún en una misma organización partidista, gremial, benéfica u de otra índole, eran los protagonistas – añadidos los emergentes – de un elemental, mediano o alto conocimiento público, que hoy extrañamos, a pesar del asombroso desarrollo de los medios.

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Toda organización partidista, acarreaba una acumulación de experiencias y un historial de disidencias más o menos administradas. La madurez política dependía de una mínima e inevitable colegiación de las decisiones que forzaba a la convivencia en todo lo que fuese posible, estableciéndose una dirigencia limpiamente competitiva y básicamente signada por la tolerancia y el respeto, por muy beligerantes que fuesen, facilitando – a modo de ilustración – la pacificación del país entre las décadas de los sesenta y setenta.

Los personajes de la fotografía en cuestión, avisan también de una muy probable diligencia implícita en la estancia neoyorkina. Afloraban ya las discrepancias con las corrientes finalmente representadas por Ramos Giménez, aunque supieron esperar largos diez años, hermanándose en la lucha contra la dictadura, para zanjarse, mientras que Rangel era – en los cuarenta – uno de los más destacados delfines del líder fundador, detalle comprensible aunque se lea paradójico.

Diligencia que retrata las prácticas, destrezas y habilidades políticas, propias de la modernidad, sin que signifique en modo alguno la traición de posturas y convicciones. Éstas se hicieron fieras al regresar Betancourt nada más y nada menos que al poder, en 1959, un dato fundamental por dos motivos: poco importaron los privilegios cuando se sinceraron y, más tarde, la derrota del adversario no supo de su desaparición automática.

Además, hay una holgada trayectoria de lucha en la fotografía. Escaso o sobrado perfil pueden tener los dirigentes en la opinión pública, pero lo cierto es que ellos no se decretan o improvisan y, de un modo u otro, el país conoció muy tempranamente a los aspirantes fallidos o exitosos del poder, desde sus localizados ámbitos de acción o abiertamente, por lo que hubo una mínima certeza de realizaciones, intenciones y pretensiones.

Cualesquiera de los textos históricos que se antojen, excepto los que aspiran a una purga y reinvención del pasado, puede dar cuenta de lo hecho y deshecho por el señalado cuarteto.  Poco o mucho, queda el testimonio documental, hemerográfico y bibliográfico que urge salvaguardar, pues, los reescribidores de toda propuesta totalitaria tienen por marcado interés el de una criminal pulverización que ayude a fragilizar y liquidar la memoria colectiva.

La llamada antipolítica es devota de la pureza del espectáculo, constituyendo una apuesta permanente por la genial  improvisación que abarate sus costos, la uniformidad de los actores que deslealmente compiten, la inmediata gratificación de un inspirado perfomance, el utilitarismo a ultranza, las audiencias sorprendidas, la estética de un compromiso circunstancial, la efímera memoria que garantiza el remake exitoso, la celebridad bogante y la necedad como argumento del capricho personal, premodernizándonos.  En propiedad, una crítica de la razón súbita, maleable y vanidosa, la antipolítica – o, mejor, la infrapolítica – degenera en la mera – aunque dudosa – realidad noticiosa, convirtiéndose en necropolítica para visar el ensayo autoritario y totalitario, dislocando los esquemas: una fotografía como la aludida, desafía – sencillamente – sus presupuestos.

@luisbarraganj

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