La semana pasada los venezolanos fuimos amenazados con una sesión parlamentaria secreta. Todos sabemos que el objeto del secretismo de Diosdado Cabello es ocultar las injusticias de persecución a los diputados opositores. Pero al margen de ello, cabe hacer algunas consideraciones sobre la necesidad de abrir nuevamente la Asamblea Nacional a la crítica y a la prensa libre.
En este sentido, uno de los principios del buen gobierno parlamentario es el de discusión o deliberación, profundamente relacionado con el principio de publicidad. Una consideración de fondo respecto de la publicidad y de la discusión deliberativa tiene que ver con la importancia de la palabra pública en el gobierno libre de los órdenes políticos. La razón por la cual el hombre es un animal político, un zoon politikon, es, dirá Aristóteles, porque tiene palabra. Y ello representa un postulado universal, válido para todos los hombres de todos los tiempos. Por eso el conocido Jeremy Bentham, aplicando la tradición clásica a la existencia institucional de las asambleas políticas, considerará en su célebre obra Tácticas parlamentarias que el mecanismo más adecuado para asegurar la sintonía entre la opinión pública y el Parlamento es la ley de la publicidad, la cual, por hacer resonar la palabra pública de los parlamentarios, debe colocarse a la cabeza de los reglamentos de las cámaras “como la ley más acomodada para afianzarle la confianza pública, y encomendarla constantemente hacia el fin de su institución”.
De ahí que Bentham propusiera un conjunto de medios para dar publicidad a la actividad parlamentaria, los cuales están recogidos hoy en día en los reglamentos de los Parlamentos de las democracias constitucionales, a saber: (i) la publicación auténtica de las transacciones de la asamblea, (ii) el uso de taquígrafos para los discursos y para los interrogatorios en caso de examen, (iii) la tolerancia de publicaciones no auténticas que divulguen lo que ocurre en el Parlamento y, finalmente, (iv) la admisión de extraños a las sesiones parlamentarias, a lo cual cabría añadir el carácter público de las votaciones, pues la “publicidad es el único medio de sujetar a los votantes [parlamentarios] al tribunal de la opinión pública, y de tenerlos a raya con el freno del honor”.
Como salta a la vista, en la AN de la revolución bolivariana Diosdado Cabello ha aniquilado la publicidad parlamentaria. Ha construido unos muros de hermetismo y ensimismamiento. Por un lado, le ha dado el monopolio de la información parlamentaria a los medios oficiales, especialmente a la ANTV y a la Radio de la AN. Y por otro, ha prohibido la entrada de terceros no pertenecientes a la AN a las deliberaciones y demás trabajos parlamentarios. Por eso, para que nuestra Asamblea Nacional vuelva a ser un Parlamento con sustantividad moral es necesario que luchemos por devolver la prensa libre al Palacio Federal Legislativo. De lo contrario será imposible orientar correctamente la opinión pública y lograr que el pueblo de Venezuela valore a la AN como la institución republicana primada entre los demás poderes del Estado.
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