Comprender una obra de arquitectura requiere, entre otras cosas, de una experiencia directa, sensorial: entrar en la obra real. Una dificultad común al estudio de la historia de la arquitectura es que con frecuencia muchas de las obras notables no están a nuestro alcance para ser visitadas.
Aunque podemos apoyarnos en imágenes y aprovechar el Internet para formarnos alguna idea de lo que ellas son, no podemos captar la calidad del espacio, entendiendo que es el espacio lo que define a la arquitectura, diferenciándola de las otras expresiones artísticas. Los muros y techos sólo la delimitan.
Mirar la fotografía de una obra arquitectónica es similar, existencialmente, a mirar un cuadro o una escultura: estamos fuera de ella. No podemos recorrerla y percibir la calidad del espacio y conocer las estratagemas a las que recurrieron sus creadores para darle más valor.
Por ejemplo, los arquitectos de las catedrales góticas las hacían cada vez más altas pues querían elevar el espíritu de los creyentes haciendo que las miradas se elevaran hacia la luz proveniente de lo más alto mientras la nave permanecía en penumbra, creando una atmósfera propicia al misticismo y esto se entiende plenamente sólo si se vive esa sensación. Otro ejemplo: una fotografía de la fachada de nuestra moderna catedral nos permite percibir su forma audaz y muy elegante, pero no nos dice de sus dimensiones, su relación de escala con nosotros y de la calidad de su espacio interior: visitarla es descubrirla.
Nuestra arquitectura deriva del barroco español. 300 años de dominación dejaron en casi cualquier población alguna iglesia o edificación de carácter barroco, obviamente, muestran elementos locales incorporados, pero siguen ayudándonos a tener idea de lo que fue el barroco en España, aun si las obras locales son de menores dimensiones y menos decoradas que las españolas, incluso que las existentes en otras partes de América Latina que por ser mucho más ricas permitieron obras más importantes, como ocurrió en Méjico y el Perú.
Afortunadamente, el no poder captar el espacio en muchas de las obras que estudiamos no implica que no comprendamos nada de ellas. Entender la arquitectura no es sólo mirar la obra física, es entender tambien el conjunto de circunstancias que confluyendo materializan una obra concreta, circunstancias que la explican y la hicieron posible: solo una aproximación muy superficial nos hace creer que esas obras derivan exclusivamente de la potencia de la voluntad de sus creadores.
Es difícil captar las características espaciales de la cúpula de Santa María del Fiore, la iglesia florentina y obra máxima de Brunelleschi, obra que marcó el comienzo de la arquitectura renacentista, pero en cambio, se conocen muy bien las circunstancias políticas, sociales, culturales y económicas que llevaron a que esa obra finalmente existiera. Esas circunstancias nos dicen del ascenso de la burguesía mercantil, de la competencia entre las ciudades-estados italianas por superar a las otras en magnificencia haciendo las inversiones necesarias. Lo que no explican, ciertamente, es el fortuito nacimiento de un puñado de hombres más o menos contemporáneos, inteligentes, estudiosos y creativos que al coincidir en un mismo tiempo y lugar con las circunstancias apropiadas, crearon las obras que hoy siguen asombrando al mundo. Donde quiera que surgen arquitectos haciendo obras extraordinarias vemos como similares circunstancias económicas, sociales, culturales y políticas hacen posible llegar a resultados notables.
Las circunstancias de la Venezuela actual no permiten el surgimiento de obras arquitectónicas extraordinarias. Dinero hay, pero falta todo lo demás. Para el diseño del Parque Hugo Chávez, en Caracas, contrataron a una firma londinense, despreciando al talento nacional que desde hace años está limitado a pequeñas obras. Se proclama la cultura endógena pero se prefiere la extranjera. Tras 14 años de gobierno chavista no hay, todavía, una obra de arquitectura que sea magnífica. Evidentemente, este gobierno es tan pobre que lo único que tiene es mucho dinero y ahora, por lo que se ve, ni siquiera eso. Nuestras obras de arquitectura notables son invisibles no porque estén lejos: son invisibles porque no existen.
LA CIUDAD COMO TEMA – LAS ARQUITECTURAS INVISIBLES
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