Con un récord de cinco Copas del Mundo y la reputación de haber creado el ‘jogo bonito’ en el fútbol, Brasil debe tener pocas dificultades para atraer a los fanáticos al Mundial del próximo año.
Pero a nueve meses del puntapié inicial, el gigante sudamericano estudia cuál será el legado social del evento y busca un nuevo sentido al término «audiencia cautiva».
Es un concepto que en el estado de Amazonas (norte) se está tomando de forma literal: la justicia estudia transformar el nuevo estadio de la capital Manaos en una cárcel provisoria.
«Es una de las opciones que está sobre la mesa y que fue propuesta por las autoridades regionales», dijo el martes a la AFP un vocero del sistema de prisiones del estado.
En la búsqueda de soluciones para el hacinamiento en las cárceles del estado, la idea fue propuesta por Sabino Marques, un juez que lidera el grupo de seguimiento de las prisiones de Amazonas.
«No veo otro lugar mejor, así sea temporal, para recibir a los detenidos de Manaos», dijo Marques, citado el martes por el diario Folha de Sao Paulo.
Un sambódromo local es también candidato para albergar el nuevo centro, pero Marques considera que el estadio con capacidad de 44.000 aficionados, y valorado en 280 millones de dólares, es una solución viable, una vez que haya recibido cuatro juegos de la Copa del Mundo.
¿Elefante blanco o dorado?
Una preocupación en esta ciudad de 2,5 millones de habitantes es encontrar una alternativa para usar este lujoso estadio, pues en Amazonas no hay un equipo de fútbol de primera división que pueda llenar su tribuna.
Hay temores de que el estadio pueda terminar convertido en un «elefante blanco» después del Mundial, que se disputará en 12 ciudades entre el 12 de junio y el 13 de julio próximos.
Por ello la necesidad de encontrar alternativas para su uso.
Un miedo similar planea sobre el destino de otros tres estadios del Mundial: Brasilia, Cuiabá (suroeste) y Natal (noreste), donde no hay grandes equipos. Pero en la capital se han celebrado partidos con equipos de la primera división con un gran asistencia de la afición local.
Fue el propio Marin quien dijo en mayo que Brasil tenía que ser «creativo» para evitar el efecto de «elefante blanco» en las ciudades de poca tradición de fútbol.
Pero en Manaos, a cerca de 3.000 km de Rio de Janeiro, la opción de recibir equipos de otros estados es remota.
Por ello la justicia de Amazonas sugirió al gobierno estatal convertir el complejo deportivo en un centro de reclusión temporario, ya que el actual está desbordado con detenidos.
«Hasta que el estado resuelva el problema (de hacinamiento carcelario) construyendo nuevas prisiones, que utilice los espacios ociosos», insistió Marques, convencido que el estadio habrá cumplido su propósito una vez la caravana de la Copa del Mundo haya partido.
¿Aprender con ejemplo ajeno?
Aunque los brasileños han manifestado su apoyo a que la Copa del Mundo regrese al país por la primera vez desde la edición de 1950, así como los Juegos Olímpicos en 2016, hay un gran descontento sobre los costos que conlleva la organización de estos extravagantes eventos.
Los costos solamente con la Copa del Mundo están calculados en 16.000 millones de dólares.
Y a pesar del llamado a la «creatividad» de Marin, el destino de las ciudades que han recibido Copas del Mundo o Juegos Olímpicos no siempre es el más brillante.
Montreal, que organizó los Juegos de 1976, pagaba tres décadas después la gran deuda de su estadio, y en Atenas, sede de los Olímpicos de 2004, varias de las instalaciones están sin uso.
Junto a Marin, el ministro de Deportes Aldo Rebelo dijo entonces que los estadios «fueron concebidos para recibir más que partidos de fútbol, también eventos y para servir como espacios comerciales».
«Soy bastante optimista con el futuro de estos estadios», insistió el responsable.
En una visión irónica, el diario Folha ilustró la noticia de la propuesta de Amazonas con una caricatura de tres presidiarios de brutal aspecto, uno de ellos haciendo acrobacias con su grillete como si fuera una pelota.
Brasil no es el primer país en pensar en usar un estadio de fútbol como una cárcel, a pesar de que la encarnación original de la idea implicaba algo más horripilante.
Después del golpe militar de Chile, liderado por el general Augusto Pinochet hace 40 años, el régimen hacinó a miles de opositores al nuevo régimen en el estadio nacional de Chile, donde muchos fueron torturados.
En momentos más felices, ese mismo estadio recibió juegos de la Copa del Mundo de 1962.