Sin el rigor de conocer porque conocer es nombrar, cuando hablo o leo nombro. La práctica de hablar es la práctica de la palabra. Las palabras a las cuales apelo para nombrar llegaron a mí, se hicieron mías, de mi propiedad, sin que mi conciencia que posiblemente ni yo mismo la sabía de mí, se quedaron.
En ese estado del ser, primitivo porque estamos comenzando, nuestro pensamiento e inteligencia funcionan con incontaminada singularidad, ni el uno ni la otra han establecido relaciones con la inconciencia, medio donde las palabra se guarecen inicialmente. Sin cultivo, todas las palabras se siembran como las semillas en la tierra que se poblará de selva; es nuestra selva interior.
En este estado desconocido de lo conocido no hay noción de las incorrecciones, ni se oyen reparos. El lenguaje facultativo se encarga de organizar con el intelecto la propia lengua; ignorado como es este proceso todo se nombra con la más prístina manifestación de ignorancia.
Quien nombra conoce, esto es lo que en la práctica de nombrar aprendemos. Desincorporadas del ser para su análisis, las palabras son unos objetos o cosas extrañas a nosotros, llegan y se quedan como si cuando se nace en un medio al cual llegamos lo encontrásemos incontaminado de signos. Sabemos, cuando ya se piensa y se conoce, que no es así, que llegamos a un ambiente altamente contaminado de palabras, de signos, de instrumentos que se deben aprehender porque de otro modo la vida que hacemos sería definitivamente imposible.
Por extraño que parezca nadie ha sido consultado acerca del asunto de organizar palabras a partir de los fonemas; ni tampoco hemos tenido participación en las asignaciones significativas. De modo que ingresamos de golpe y porrazo en un mundo tan sobrecargado de signos, de palabras, que sus pesos y valores nos comprimen como si fuésemos objetos apilados en apretujados empaques. Sin embargo, su visibilidad no es posible porque sus formas vienen de la audibilidad. La audiencia es fundamental para llenarnos de ellas, para percibirlas aun cuando las tengamos en retratos en las formas impresas.
Asimilamos las palabras luego de unos largos días de percepción; el balbuceo obedece a la inversión perceptiva de sus sonidos y a la inconsciente determinación de intentar pronunciarlas; al fin nos apropiamos del ejercicio de la pronunciación, porque, previamente, hemos dominado la articulación. Las palabras que muy sabiamente han sabido esperar pacientemente que todo este proceso se cumpla, terminan por posesionarse de nosotros. Por obsequiarnos con la práctica inconsciente de nombrarlas, el que todo el mundo de los signos sea en nosotros el mundo de la realidad. Son todos aspectos relacionados con el proceso de nombrar.
LECTURA PROCESO DE NOMBRAR
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