@infocracia
La vida nacional atraviesa, en Venezuela, un momento singular. Un gobierno que tiene escasos meses en el poder, va sumando desaciertos con velocidad y la opinión pública mayoritariamente ubica en el plano negativo a la corta pero desgastada gestión de Nicolás Maduro. El comentario que más circula en cualquier espacio de intercambio de opiniones es cuánto tiempo aguantará Maduro en el poder. Debo detenerme rápidamente en este punto. Efectivamente Maduro encabeza un gobierno que arrancó con serias dudas de su legitimidad y que en pocas semanas evidenció con creces su incapacidad como gerente político y administrativo. En eso no parece haber medias tintas. En lo que sí hay serias interrogantes es en el cómo terminará Maduro su gobierno.
Pese a la negativa gestión, personalmente no observo ninguna señal de que en el corto o mediano plazo el gobierno de Maduro vaya a terminar. En mi opinión, al menos, resulta inaceptable como “salida” a la crisis actual pasearse por golpes de Estado. En este momento, tal vez más que en cualquier otro de la última década, creo firmemente que la salida pasa por una hoja de ruta electoral. Los inmediatistas tal vez prefieran que unos militares vengan a poner orden, pero eso no es una solución y muy por el contrario tal vez implique un retroceso político aún mayor. Egipto, por estos días, tal vez es un ejemplo de los temores que queremos poner de relieve. Descartado el golpe de Estado, algunos creen que el propio chavismo sacará a Maduro de la presidencia tal como fue clave el respaldo de Acción Democrática en 1994 para defenestrar a Carlos Andrés Pérez. En este momento la alternativa democrática no tiene posibilidad alguna de incidir en las decisiones del PSUV y de las principales instituciones, y el caso de las elecciones del 14 de abril rápidamente lo confirmó. No creo, entonces, que un arreglo en el seno del chavismo, para deshacerse políticamente de Maduro pueda terminar siendo algo que favorezca al cambio democrático en Venezuela.
En política, además, buena parte del esfuerzo debe concentrarse en lo que puede hacerse, que dependa de uno, y no en cálculos de lo que harán, hipotéticamente, otros actores. Lo que ingenuamente algunos plantean como “salidas”, léase golpe de Estado o golpe institucional en el seno de la Asamblea Nacional, en verdad –de ocurrir- serían asuntos que estarán en las manos de otros actores, ajenos a la alternativa democrática, quienes precisamente controlan entes claves para esos escenarios.
La hoja de ruta, entonces, en la que apuesto en este momento es en la electoral, junto a la articulación de la protesta social. Lo electoral resulta esencial para encontrar verdaderas salidas. La erosión y segura derrota política del chavismo no se producirá por arte de magia, sino que está relacionada con la capacidad que tengan los actores democráticos de mantenerse unidos, con proyectos y propuestas que se conecten con las mayorías, todo ello en aras de consolidar liderazgos a nivel local, regional y nacional. Resulta inexplicable dejar libre la vía electoral cuando es ésta, y no otra, la que ha colocado al chavismo en una situación incómoda. No me cabe la menor duda de que una votación vigorosa el 8 de diciembre abrirá nuevos cauces a la acción política democrática.
La hoja de ruta en este momento, igualmente, comprende la necesaria articulación entre la protesta social que cunde en el país, y la estrategia política. En este aspecto sí hay una enorme debilidad. En Venezuela ocurren numerosas manifestaciones de protesta pacífica, básicamente para exigir derechos sociales insatisfechos, pero ocurren de forma aislada (no están conectadas con otros sectores que igualmente protestan) ni están articuladas con una estrategia mayor en el plano político. Esta situación permite que el gobierno ofrezca respuestas puntuales y en algunos casos pueda ejercer asimismo la represión, con un costo político bajo. La agenda, en mi opinión, debe ser protestar y votar.
¿Dónde estamos parados?
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