Por la puerta del sol
Actitud es aquello que nos impulsa a hacer algo con agrado o con desgano, con decisión o incertidumbre, con optimismo o con recelo.
Actuar motiva, da sentido a la vida. El doctor George Vaillant estudioso de la vejez, recomienda seguir tres pasos a quienes les cuesta aceptar que todo cambia, mengua y tiene su final: 1- Asumir que es necesario cambiar lo que se puede cambiar. 2-Mantener la serenidad frente a lo que no se puede modificar. 3- Tener la sabiduría para notar la diferencia.
Tener responsabilidad por la vida es la actitud correcta. El tiempo no se detiene, inexorablemente todos llegamos a la vejez y es imposible llegar a esta edad sin achaques, sin cargas, sin preocupaciones, mas no por eso nuestro mundo, alegrías e importancia se limitan o se terminan.
La belleza del rostro de los mejores tiempos es frágil, contados humanos llegan a la vejez con un rostro encantador; la única belleza que podemos conservar firme y segura es la del alma.
Todos tenemos una cara, facciones propias y gestos exclusivos que nos identifican; el rostro es la parte de nuestro cuerpo en que se reflejan todas nuestras emociones, enfermedades y crisis. Como en ninguna otra etapa de la vida es en la vejez en la que el rasgo normal que lo ha caracterizado cambia, se vuelve amargo y se contrae drásticamente; la mayoría de los adultos dejan de sonreír. Para llegar a tener una vejez feliz y elevada la autoestima, se necesita voluntad y optimismo, única manera de poder superar los inconvenientes que dan los años.
Nada es más deprimente que encontrarse en la calle con una cara mustia, amargada, seria, demacrada, que no levanta la vista ni para contemplar la belleza que le ofrece la vieja natura, más que un ser humano parece un despojo de la vida.
Estupendo es poder superar sonrientes la lucha que representa haber llegado a viejos, reconocer que ya no seremos igual que a los veinte o los cuarenta, mas nunca pensar que se acabaron las peleas por la vida y la oportunidad de gozar y ser felices.
La vida es la mejor escuela que tenemos para aprender a crecer, mantener a flote la voluntad y salir adelante así se tengan cien años, de lo contrario no se podrá salir nunca del triste hueco al que nosotros mismos nos condenamos a vivir.
La naturaleza es sabia, no es ajena al desastre ni a la ruina de fenómenos que llegan a ella y la destruyen. Ella sola se recupera lentamente, vuelve a la esplendidez perdida. No piensa pero actúa y trabaja hasta recuperarse. A ella no le importa la edad, ni el tiempo que le queda por vivir, sigue adelante, no se cansa de crecer, tampoco de mostrarse bonita, ni de invitar a soñar.
La vejez es un estado de fe y de esfuerzo. El tiempo madura al hombre, no lo acaba. Los planes no deben morir, tampoco la creatividad, mucho menos perder la curiosidad ni renunciar al entusiasmo.
Las cirugías hechas al rostro de los que buscan milagros, son de poca importancia por perfectas que queden; si el rasgo desagradable de la actitud persiste no podrá taparlo ninguna cirugía. “El rostro es el espejo del alma, los ojos sus delatores” (Marco Tulio Cicerón)
A ningún ser humano se le debe considerar desecho, ni condenarlo a la soledad, al aburrimiento ni a la falta de alegrías. Es grave que el afectado decida retirarse antes de haber concluido la luchar condenándose a vivir encerrado en un cuarto como si fuera un escombro. Nadie debe perder la fe en su capacidad, tampoco considerarse como un inferior o como un perdedor porque se ha arrugado, está cansado y ha llegado a él, el tiempo del ocaso, el frío de la vida…Preocupantes deben ser las arrugas del cerebro. Sentirse viejo es definitivamente un estado del espíritu.
Cada arruga es la vida que atrás vamos dejando, son los días que se fueron, las huellas que dejamos, la nostalgia del tiempo que ya no vuelve, es la lumbre de los años que se apaga y va dejando brillos de infinito. Nuestro acordeón de vida se quedará callado en algún rincón, mas no todo es pérdida: el arte de vivir está en aceptar que a viejos llegaremos solo unos cuantos privilegiados. Tendremos tiempo para agradecer a Dios, al mundo y decir como Amado Nervo al final: “Te bendigo vida porque nunca me diste ni esperanza fallida ni trabajo injusto, ni pena inmerecida.
Porque veo al final de mi camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino. ¡Amé, fui amado! ¡El sol acarició mi faz! ¡Vida nada me debes! ¡Vida nada te debo! ¡Estamos en paz!”