Mamarrachos pedaleando

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Caracas viene de presenciar un sainete muy emblemático de la actual coyuntura: El patético espectáculo del mal llamado «alto» gobierno rodando en bicicletas por calles clausuradas por esbirros, agitando sus brazos ante balcones vacíos y aceras desiertas.

Con cascos y atuendos ciclistas aquel «performance» parecía una mini-vuelta al Táchira, pero con payasos del Circo Razzore. Todo terminó en un tronchante revolcón que recordó a todos que la dignidad oficial yace por el suelo, junto a su decencia e inteligencia.

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Los viejos tiranosaurios de Cuba deben estar en profunda depresión. Ya – salvo zarpazos y brazadas de ahogado – queda poco por hacer. Es imposible trasplantar cerebro a quienes proclaman que el cáncer se inocula. No hay G2 que valga ante una incesante avalancha de estupidez.

Desde la desaparición del amo, ese mamarracho que algunos llaman gobierno ha sobrevivido seis meses pedaleando inestablemente, zigzagueando sin rumbo, sin asomo de autoridad moral o real.

La vieja frase bíblica nos dice que «por sus frutos los conoceréis», y la historia venezolana ya registra el más perfecto testimonio del rotundo fracaso de los delirios napoleónicos del desaparecido: El batiburrillo de malandros, desaforados, locos y mediocres que dejó en herencia.

Tres lustros de irresponsable osadía se marchitan rápidamente entre exabruptos, contramarchas, caos, confusión y anarquía. El saqueo sistemático ahora es frenético a medida que el TITANIC económico va a pique, aún con tanques repletos de petróleo.

La incesante habladera de sandeces se mezcla con amenazas que a pocos asustan. De repente aparece un floripondio enchufado en la OEA, con sombría cara de esbirro Nazi, lanzando terribles amenazas contra la Venezuela decente. Aquel personaje – de cuyos poros brotan décadas de complejos reprimidos – encarna al régimen decadente: Una cara serísima y lo demás rochelero.

Y así vamos – entre ridículos, desatinos, cursiladas, exabruptos, dimes, diretes, desmadres y atropellos, penes y penas, locos y locas – en picada hacia la implosión final. ¿Que todo esto le hace un daño terrible al país? Sin duda. Pero… ¿que ese daño sea irreparable?. Al contrario, del tedioso «proceso» del poseso quedan dos lecciones trascendentales e imborrables: Un país vacunado jamás volverá a creer en virtudes de izquierda ni eficiencia de uniformados.

La función acabó cuando desapareció el trapecista del circo y quedaron solos los payasos. Nadie sabe con certeza cuándo se apagarán las luces, pero todos intuyen que será pronto, de repente, y tras un aparatoso platanazo.

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