Del Guaire al Turbio – INEPTOS CONTUMACES

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Ya estoy deportivamente tranquila: mis favoritos ganaron el US Open, Rafael Nadal en el tenis masculino y Serena Williams en el femenino. Para redondear los alcances de mis simpatías, en ese mismo fin de semana, los Medias Rojas de Boston le dieron sendas palizas a los Yanquis de Nueva York, ¡en el Yankee Stadium! Estoy colmada y pasemos a otra cosa. Terminó el paréntesis deportivo.

En Hispanoamérica ha habido muchos dictadorzuelos pretenciosos y en las últimas décadas han proliferado. No son sólo los que se mandan a levantar estatuas –futuras corre por el suelo-, cambian nombres de lugares por el suyo, incitan a que les hagan homenajes, etc. Parece mentira, pero los dictadores de verdad, de fuste y temibles, suelen ser mucho más sobrios. En tiempos de Juan Vicente Gómez, un mandatario andino concibió la luminosa idea de erigir una estatua del padre del tirano y éste, más curtido que nadie en los embates de la adulancia, le mandó a decir que ni se le ocurriera y subrayó la negativa con una palabrota de esas que adornan nuestro castellano cuando se vuelve iracundo.

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Tendría yo el cabello todavía oscuro cuando empecé a oír  sobre los atentados contra el antillano cuasi inmortal, ninguno triunfante para desgracia de los amigos de la en otrora isla de la caña de azúcar. Ahora, con la cabeza totalmente alba, sigo oyendo el mismo cuento. Y lo que es peor: irradiado, porque el ilegítimo difunto de aquí se la pasaba detectando complots en su contra, con localización y todo de supuestos misiles o algo así, que si por el aeropuerto, que si por tal sitio, que si por el otro, todos, por supuesto, concebidos -sin resultados- por el imperio y sus cómplices de la derecha criolla. Ahora el segundo ilegítimo, pírrico e írrito, anda en lo  mismo. En seis meses ha develado no sé cuántos intentos y a los conspiradores de antes se han añadido ahora un ex presidente colombiano, un presidente electo de Venezuela y una combativa y brillante diputada de la asamblea nacional.

Y estos dictadorzuelos de pacotilla hablan, ¡y que de magnicidio! Ya se les ha dicho hasta la saciedad: no puede haber magnicidio cuando no hay objeto magno. Tal vez se podría decir minicidio, mediocricidio, pulgicidio, piojicidio o qué sé yo. En su afán de protagonismo estos pobres diablos parecen estar deseando el logro de los potenciales asesinos: incapaces de alcanzarla en vida, morir con “gloria” prestada del escándalo criminal. Y cabe preguntarse: pero bueno, ¿tantos años de andar por ahí estos famosos y múltiples magnicidas y ninguno llega a completar su misión? ¿Cómo es eso? Nuestros sistemas de seguridad son incapaces de detener los múltiples asesinatos diarios, pero si evitan el de uno solo, el mismo, a cada paso de luna.

He llegado a una conclusión: estos hipotéticos mata magnos son unos ineptos, además, contumaces, insisten, insisten, tienen años insistiendo con el uno, con el otro, con el de más allá, contra todos los antiimperialistas y nada, éstos siguen vivos o se mueren felizmente de muerte natural. Bueno, ni tan natural, porque al ilegítimo lo mató sobre todo –o al menos se le adelantó la muerte- la mala praxis médica del mar de la felicidad; hasta el punto que cabe sospechar si no sería por allí donde estuvo el verdadero atentado que al fin triunfó.

Pero bien, los seudo magnicidas parecen que siguen sueltos sin dar pie con bola, ¡no maduran nunca!  Se me hace que muchos opositores concebirán en su mente exclamaciones nostálgicas: ¡Ah malhaya un Bruto! ¡Ah malhaya un John Wilkes Booth! ¡Ah malhaya un Lee Harvey Oswald! Y para no irnos tan lejos: ¡Ah malhaya un Rafael Simón Urbina!

¡A mí no! No me juzguen mal. Si han de morir, deseo que lo hagan en su camita, eso sí, bien confesados. No quiero que me pase como en el cuento de una tía materna. Un tal padre Chipía –no sé si realmente existió- dijo un día a un grupito de feligreses: “Voy a sopar esta pluma y a quien le caiga, está en pecado”.  Sopló…¡y le cayó en la nariz!

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