En Lhasa, la capital, están tres de los cinco monasterios más importantes del país, el Gandán, Sera y Drapung. Se encuentra también, el antiguo templo de Jokhang, y el mundialmente conocido palacio Potala, que es la adaptación fonética de “Putuo”, que en sánscrito significa “Isla donde vive el Buda de la misericordia”
Al escuchar la palabra Tíbet, nuestra mente se pierde en un tiempo, y espacio cuasi intangible, en el que la sustantividad, se confunde con la supuesta irrealidad. Quizás por ello, esta tierra lejana, no accesible y misteriosa, ha inspirado cuentos y leyendas mágicas en torno a su existencia.
Una de estas fábulas narra que en los tiempos de los tiempos, gran parte del Tíbet estuvo sumergido bajo el mar, el resto del territorio era tierra cubierta de espesos bosques. Un día, de gran oleaje, emergieron del océano enormes dragones, que destruyeron la vegetación existente y, atemorizaron a todos los animales. En ese mismo momento, aparecieron sobre las aguas cinco nubes rosadas que se transformaron en hadas, las cuales domaron a los enfurecidos dragones, tranquilizaron al mar y ordenaron su retirada. Las ninfas a petición de los animales se quedaron, y se transformaron en las cinco montañas más altas del Himalaya, una de ellas la más elevada del mundo “El Everest” (8.848m), llamada también por los tibetanos “La montaña de la Diosa”.
Pero no todos los cuentos fueron resultado de una encantada imaginación. Existe la historia real, escrita muchas veces con sangre y dolor, sustentadas en fuertes episodios de guerras e invasiones, que hicieron sobrevivir a los tibetanos aconteceres dramáticos y profundamente lamentables.
En la actualidad, el Tíbet es considerado uno de los cinco territorios autónomos chinos. Sin embargo, en el pasado constituía un país totalmente independiente. Este territorio conocido también como “El techo del mundo”, es una enorme meseta, situada a una altitud media de 4.875 m. Los tibetanos lo llaman Bon Kangchen, que se traduce en “Tierra de las nieves.”
Ubicado en el sudeste asiático, tiene como países limítrofes a India, Nepal, Sikkim, Bhutan, Birmania y por supuesto China. Anteriormente su superficie era de 2,5 millones Km2. En la actualidad, bajo la administración china, su territorio quedó reducido a 1221.600 K2. Su capital es Lhasa, conocida también como “Tierra de la Divinidad”. Esta ciudad fue fundada en el año 600, su existencia es anterior a cualquier otra ciudad europea.
Capital espiritual
En Lhasa, están tres de los cinco monasterios más importantes del país, el Gandán, Sera y Drapung. Se encuentra también, el antiguo templo de Jokhang, y el mundialmente conocido palacio Potala, que es la adaptación fonética de “Putuo”, que en sánscrito significa “Isla donde vive el Buda de la misericordia”. Este palacio es conocido también como “La morada eterna del Dalai Lama”. Fue la antigua residencia del Dalai Lama y, declarado por la Unesco, patrimonio de la humanidad. Está situado en el Monte Rojo, considerado por los lugareños un lugar sagrado, ubicado en el propio centro de Lhasa. Este hermoso edificio, consta de trece pisos y fue construido desde la cima hasta la base de la montaña, respetando rigurosamente las características topográficas del monte. En la parte más alta, se encuentra un pequeño templo, cuya estructura se asemeja al de una caverna, que los monjes lo usaban como lugar de meditación.
El paisaje tibetano es alucinante. Sus imponentes montañas nevadas, coexisten con las dunas formadas en el tiempo, por las arenas transportadas a través del viento, desde el desierto del Sahara. En esta meseta nacen ríos muy importantes, el Brahmaputra, el Indo, el Ganges…, este último considerado sagrado por los hindúes. Su geografía presenta grandes acantilados, pero también planicies, que han permitido el cultivo, la cría, y por supuesto el asentamiento urbano. En el Tíbet, se encuentra uno de los cinco yacimientos en el mundo de litio. También existe oro, petróleo y cobre. Esta riqueza, ha propiciado que en los últimos tiempos se haya desarrollado la explotación minera por parte de inversionistas extranjeros, lo cual ha puesto en peligro el frágil ecosistema de la meseta tibetana.
Según los restos arqueológicos encontrados en el territorio, los primeros habitantes humanos datan del 10.000 AC. Sin embargo, su historia como tal, se conoce después del siglo VII. A mediados de este periodo, bajo el reinado de Srongtsen Gampo, nace el primer estado tibetano como una real entidad administrativa, se introduce un código de leyes, una estructura tributaria, el tibetano escrito deriva del sánscrito, y nace el legado espiritual budista del Tíbet actual, con la introducción del budismo, proveniente de la India, el cual se une a la antigua religión chamánica Bon.
Desde entonces, hasta los momentos actuales, el espíritu religioso, ha impregnado todos los ámbitos sociales y culturales, incluyendo el político, del acontecer de este pueblo.
El Tíbet es un país de una espiritualidad profunda como ninguna otra.
La oración está presente en cualquier espacio y palabra, las piedras tienen inscripciones de rezos, que detienen el acelerado andar del caminante. Los banderines con oraciones, que flamean al compás del viento. Molinillos que al hacerlos girar hacen rotar plegarias. También el valor al cumplimiento de los principios está siempre presente. Para un tibetano mantener una promesa está por encima de la firma de la ley y, el perjurio es considerado un acto profundamente deshonroso.
Hasta el siglo X fue un país independiente, con un sistema feudal, donde las tierras estaban en posesión por familias nobles, monasterios y pequeños terratenientes. Posteriormente, sube al trono el rey Nyakihri Tsampo, el cual instaura una dinastía militar, que expande la meseta tibetana entre los reinos de China, India, Nepal, Birmania y Batán.
En el siglo XIII, el país fue dominado por el Imperio Mongol. Sin embargo los gobernantes mongoles le dieron gran autonomía secular al budismo tibetano. En el siglo XVI, Atlan Kan de la tribu mongol de Turner, respaldó al gobierno religioso del Dalai Lama.
China lo reclama como propio
A principio del siglo XVIII, China envía un comisionado como gobernante del Tíbet, el cual fue asesinado. En consecuencia, es enviado otro, acompañado por dos mil militares del ejército chino, que invadieron a la fuerza estas tierras y, se establecieron de manera definitiva y controladora. En 1904, el ejército británico invade el Tíbet y, obliga a China a reconocer a este territorio, como un protectorado de Gran Bretaña. Posteriormente, en 1907, se firma un nuevo tratado entre Inglaterra, China y Rusia, según el cual, la región pasa a ser dominio chino. En 1911 se proclama la República en China, lo cual obliga al ejército de ese país, a regresar y abandonar el territorio tibetano. El Dalai Lama aprovecha esta coyuntura, para tomar posesión del gobierno y, declara la independencia del territorio.
En 1950, China vuelve a invadir con su ejército al Tíbet y, obliga al Dalai Lama a firmar un pacto, donde tanto el gobierno chino como el tibetano se comprometen a administrar conjuntamente al país. Cinco años después estalla una rebelión, con la finalidad de recuperar la autonomía. Sin embargo, el insignificante ejército tibetano, no pudo dar la talla ante la fuerza bélica china. La sangre tiñó al Tíbet, miles tibetanos murieron y, hubo una gran destrucción del acervo cultural. Templos y monasterios fueron irracionalmente destruidos.
En 1959, el constante asedio por parte de las autoridades chinas hacia las autoridades tibetanas hicieron, que el decimocuarto Dalai Lama y su colaboradores huyeran a la India. Unos años después, a cuenta de imponer la revolución cultural china, miles de templos fueron destruidos, libros ancestrales quemados y muchos monjes asesinados.
La pujante China se impone
El Dalai Lama desde el exilio, ha tratado de encontrar el apoyo necesario en países democráticos, así como también ante la Organización de las Naciones Unidas, con el fin de encontrar una solución de paz, así como, la restauración de los derechos humanos en el Tíbet. Sin embargo, poco o nada se ha conseguido al respecto. Los intereses comerciales de los países hegemónicos del hemisferio, por tener buenas relacionescon la pujante China, ha hecho que los planteamientos de los tibetanos no encuentren eco.
A lo largo de estos años, las manifestaciones han seguido, tanto fuera como dentro del Tíbet, muchas de ellas con dramáticos resultados. Desde el año 2010 hasta los momentos un nuevo modo de protesta ha aparecido: la inmolación. A pesar de este drama, la situación del Tíbet sigue en punto muerto.
Desde los comienzos, hasta mediados del siglo XX, el pueblo tibetano estaba sustentado en una estructura social estratificada, en la cual el noventa y nueve por ciento de la población practicaba el budismo y, una tercera parte de ella eran monjes o monjas; siendo el Dalai Lama el máximo líder religioso y político, el cual ha sido elegido siempre por reencarnación y no por herencia. Esta realidad demuestra, que históricamente el pueblo tibetano ha girado su vida en torno a sus creencias. Sin embargo, en los últimos tiempos, han surgido nuevos planteamientos de cambios por parte de un sector de esta sociedad, y del mismo Dalai Lama, con el objetivo de salvar la identidad cultural y, rescatar la perdida libertad. De acuerdo a esto, se concibe al Tíbet como un estado democrático y autónomo, con una asamblea constituyente. En este sentido, la figura del Dalai Lama seguiría siendo el máximo representante religioso, pero quedaría excluido totalmente del ámbito político, el cual lo ejercería un civil en calidad de presidente.