El día que me di cuenta que había llegado la hora de hacer algo conmigo, con lo que llevo dentro, no hice más que no hacer nada. Pasé de una euforia abrumadoramente aguda, a un estado de inmovilidad aterrador.
Yo cocinaba por hobby, lo hacía incluso por compromiso, otras veces lo hacía por obligación, una vez lo hice por enamorar a alguien, unas tantas para que otros enamoraran a alguna chica, cociné muchas veces por estar cerca de alguien.
Mi padre fue miembro fundador del Club Gastronómico del colegio de médicos del Estado Lara. Fue una de las cosas más importantes de mi infancia. Ellos, sus miembros, encontraban una razón para reunirse cualquier día de semana o fin de, y la razón era “tenemos un club”, no más. Allí conocí la mágica mezcla del jengibre y el cebollín con el pescado. Las hijas del presidente eran muy bellas y yo, por supuesto, quería verlas en cada reunión, en cada festival de comida. Lo peor era que yo decidía involucrarme en la cocina, en la preparación de los platos, en el servicio, con la idea de que ellas vieran lo importante de mi aporte. Años mas tarde me enteré que ellas odiaban esas reuniones. Pero yo no. Y de eso aprendí. No a cocinar, sino la mística, la entrega, la pasión, la fuerza, la comunión, la participación, la incondicionalidad, el servicio y la embriaguez. También aprendí a superar la flojera, nunca me gustó hacer nada que me fuera encomendado.
La vida cambió. Yo era músico un día, con eso nací, al día siguiente me hice diseñador gráfico, pero no dejaba de querer cocinar para alguien, otro día más y ya estaba cocinando, creo que fue esa visión de servicio que nos enseñaron mi madre y mi padre en mi casa. Aprendí también que la vida puede pasar en días, sin darnos cuenta.
Me dediqué a querer hacer camino con el diseño. Intenté no darme tan duro con la música, intenté dar mi tiempo y sudor a la cultura de mi ciudad, intenté también no hacer nada, pero igual terminaba cocinando para alguien. También me relacioné muy de cerca con los productores de Lara, pero de eso hablaré en una próxima entrega.
Ese día, ese en que me vi de regreso, supe que me dedicaría a la cocina. Moría de la pena por esos amigos que cocinaban delicioso y llevaban años en el oficio. Fui duramente criticado pero lo siento, ese día supe que yo no podía hacer nada más, y aquí estoy preparándome para el trabajo, pues es la hora del almuerzo.