Este columnista es de quienes siempre sostiene que nunca hay que dejarse llevar por ninguna encuesta en particular, pero que cuando la todas ellas –o la mayoría- dicen lo mismo, uno está totalmente obligado a asumir los resultados como una verdad y actuar en consecuencia.
En ese sentido, todos los estudios de opinión recientes dicen dos cosas contundentes y definitivas respecto a los problemas que resultan más sensibles para nuestro pueblo: la primera es la reconfirmación de que la inseguridad personal ha sido y sigue siendo el látigo más pesado que ha caído sobre nuestras espaldas en los últimos años; y la segunda es que algunas de las manifestaciones concretas de la grave crisis económica que atravesamos afectan seriamente a la mayoría, especialmente la muy angustiante escasez, el asfixiante incremento del costo de la vida y el desalentador desempleo.
Respecto a la escasez, lo que se diga es poco. A lo largo de todo el año el índice ha gravitado en torno al 20%, lo cual, según algunos descarados del Gobierno, es “normal”. Pero todos sabemos que es tremendamente anormal porque nunca habíamos padecido un nivel de desabastecimiento tan brutal como el actual. Esto, con el añadido de que la diversidad en marcas ha prácticamente desaparecido, por lo que uno debe conformarse con la que encuentra, le guste o no.
En cuanto a la inflación, comencemos por señalar que lo acumulado entre enero y agosto de este año ya duplica lo que el gobierno había estimado para todo el 2013. De hecho, ese 33% de inflación que llevamos acumulado es lo más alto que se haya registrado en la última década y aún falta un cuatrimestre, el último del año, que por lo general es el más inflacionario por el pago de aguinaldos, a lo que se suma que el Gobierno aumentará el gasto con motivo de la campaña electoral que apenas comienza. Por ello, aunque suene exagerado, lo más seguro es que la inflación de 2013 termine rondando el 50%, todo lo cual ocurre irónicamente bajo un control de precios aplicado con espíritu represivo.
Vale la pena añadirle a esto tres elementos que ponen en mayor evidencia la tragedia inflacionaria que vivimos: 1) si nos vamos a la cifra anualizada (últimos 12 meses), la foto es más espeluznante, pues la cifra llega a 45,4% (la más alta del continente y una de las más altas del mundo); 2) si discriminamos por rubros ese índice anualizado, el costo de los alimentos subió 65%, es decir, comer se convirtió en un lujo bajo esta revolución dizque “humanista”; y 3) los pobres sufrieron más que los otros estratos sociales, por cuanto para ellos el costo de la vida aumentó más del 48% en el último año (“así es que se gobierna”, dicen por allí).
Sobre el desempleo hay que decir claramente que el Gobierno ha desarrollado algunos trucos metodológicos para maquillarlo, presentando una cifra oficial menor al 10%. No obstante, la verdad es que casi la mitad de la población laboral se dedica a alguna forma de buhonería, por lo que no goza de los beneficios del empleo formal; y otro segmento importante que si lo tiene, está en realidad subempleado.
Estas son las cifras negras negritas que exhibe el modelo económico rojo rojito que nos han impuesto por la fuerza en los últimos años. Que todo el mundo entienda que a esta crisis no llegamos por casualidad, sino que es la consecuencia de que el Gobierno haya expropiado más de 1000 empresas, confiscado más de 4 millones de hectáreas, provocado el cierre de más de 7 mil industrias, e impuesto todo tipo de controles, acorralando, asfixiando y hasta persiguiendo al sector privado nacional.
Según el informe de competitividad 2013-14 del Foro Económico Mundial, nuestra pobre Venezuela descendió 3 escaños más este último año y bajó al puesto 134 de 148 países evaluados. Es el peor de América del Sur y el 2do peor de toda América, sólo superado por la arruinada Haití (puesto 143). Pero tranquilos, no pasa nada, “tenemos patria”.
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@CiprianoHeredia