Buena Nueva – SALVADO EN LA RAYA

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Poder ir al cielo fue la esperanza que la Santísima Virgen María dio al indio Coromoto al aparecerse en Venezuela en el año 1652 cuando se iniciaba la evangelización de estas tierras.
Es de notar que, aparte de Nuestra Señora de Guadalupe, la de Coromoto es la única otra aparición en el continente americano.  ¿Cómo es eso?  ¿No hay muchísimas otras advocaciones en toda América?  Cierto.  Pero sólo estas dos son apariciones reales.  Las demás son presencias milagrosas de la Santísima Virgen María, la mayoría de ellas a través de imágenes y estatuas, o devociones particulares de algunas zonas.
La razón por la cual Nuestra Señora de Coromoto fue escogida por los Obispos de Venezuela como la Patrona del país (y ahora también de Caracas), no significó que se hayan dejado de apreciar otras advocaciones muy acendradas en el corazón de los fieles, sino porque se pudo comprobar que la Virgen se apareció de manera real y tangible al indio Coromoto.
En efecto, la Santísima Virgen se le presentó, con un Niño en sus brazos y caminando sobre las aguas de un riachuelo, a Coromoto y su mujer, ordenándoles “ir al sitio donde vivían los blancos para recibir el agua sobre la cabeza y así poder ir al Cielo”.  (cfr. Hno. Nectario María en Tiempo de los Tiempos).
Y fue así como los indios, guiados por “la hermosa Señora”, recibieron el don de la Fe Cristiana y la gracia del Bautismo.  Sin embargo, la cuestión no fue inmediata ni fácil.
Igual nosotros pasamos por alti-bajos en nuestro camino hacia el Cielo, el Cacique Coromoto pasó por muchas rebeldías, pues llegó incluso a huir hacia el monte sin haber completado su instrucción cristiana, ni haber recibido el Bautismo.  Pero apenas se había adentrado en el bosque, fue mordido por una culebra venenosa y, al saberse mortalmente herido, comenzó a arrepentirse, pidiendo a gritos el Bautismo, el cual recibió en el sitio justo antes de morir.
La mayoría de los hombres y mujeres cristianos recibimos el Bautismo, no como Coromoto justo antes de morir, sino más bien al nacer.  Y el desarrollo de nuestra vida espiritual se asemeja mucho a nuestra vida natural:  nacemos a la vida del Espíritu con el Bautismo y, para poder llegar a nuestra meta que es el Cielo, necesitamos desarrollar durante nuestra vida en la tierra, esa vida espiritual y la Fe recibida en el Bautismo.
Para ir creciendo en la Fe Cristiana y en la vida espiritual tenemos a nuestra disposición los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, que es el alimento que nutre esa vida, y la Confesión, que es la medicina que la sana cuando se enferma por el pecado.  El agua que hidrata nuestra vida espiritual es la oración.
Oración, Eucaristía y Confesión son los medios que tenemos para desarrollar y guardar la gracia de la Fe Cristiana recibida en el Bautismo.
Fuimos creados por Dios para conocerlo, servirlo y amarlo -amarlo por sobre todas las cosas- durante nuestra vida en la tierra, y así luego ser felices para siempre, estando en Su Presencia durante toda la eternidad en el Cielo.
Y ¿qué es el Cielo, ese sitio del que le habló la Virgen a Coromoto y que Dios nuestro Padre nos tiene preparado para después de nuestra vida en la tierra?  Es un lugar imposible de imaginarnos con nuestros razonamientos humanos limitados e imposible de explicar con nuestro lenguaje humano insuficiente, pues el Cielo pertenece a la eternidad, y nuestro razonar y nuestro hablar pertenecen a la temporalidad. (cfr. 1a Cor. 2,9)
¿Puede alguien salvarse fuera de la Iglesia Católica?

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