«Hatch», un tigre de bengala de diez años, vive en una jaula de seis por cinco metros, con paredes de cemento y nada verde que le recuerde su hábitat natural desde que llegó al zoológico Villa Dolores de Montevideo tras pasar sus primeros tres años en un circo. Un destino similar tiene una tigresa sin nombre encerrada en la jaula contigua, igualmente inhóspita.
Un cartel explica que los tigres «aman el agua» y que «se bañan en los días de calor y atraviesan ríos y lagos nadando». Pero Hatch y su compañera de encierro no tienen siquiera una pequeña piscina donde chapotear.
Pronto, sin embargo, la vida de ambos podría cambiar, pues en medio de una creciente ola de protestas contra el maltrato animal, el gobierno de Montevideo anunció que los dos tigres de Bengala del zoológico de la ciudad serán enviados a un santuario para grandes felinos en Estados Unidos, donde tendrán una mejor calidad de vida.
El director del zoológico montevideano dijo que se estudió un plan para crearles un hábitat amplio y acogedor, pero el costo era de unos 600.000 dólares, una cifra que no puede solventar la alcaldía de Montevideo.
«Este año el zoológico de Londres renovó el hábitat de sus tigres. Le dedicaron una superficie equivalente a un tercio del nuestro e invirtieron 3,6 millones de euros. Eso es algo imposible para nosotros», dijo el funcionario, Eduardo Tabares.
Dos décadas han pasado desde que la Asociación Mundial de Zoológicos y Acuarios, representante de más de 1.000 colecciones animales en todo el mundo, diseñó su primera estrategia de conservación en 1993. Desde entonces, muchos zoológicos municipales han intentado reciclarse y dejar de ser meros lugares de entretenimiento para transformarse en sociedades de conservación de la fauna, reemplazando las jaulas con barrotes de hierro por ambientes más naturales.
El zoológico de Villa Dolores sigue siendo un zoo de la vieja guardia, a pesar de algunas tímidas reformas realizadas en los últimos años que no alcanzaron a los tigres ni a la mayoría de los animales.
Precisamente, buscando mejorar esta situación, las autoridades del zoológico recibieron a una ONG defensora de los animales y de esa reunión surgió la idea de trasladar a los tigres a Estados Unidos, explicó a la Associated Press el director interino de Artes y Ciencias de la Intendencia (alcaldía) de Montevideo, Eduardo Rabelino.
«Hay que solucionar algunos problemas legales, de trámites y papeleos para que los animales puedan viajar.
Pero la idea es que el traslado se concrete este año», dijo el funcionario.
El jerarca explicó que, con la partida de los tigres, el zoológico montevideano desistirá de tener una colección de animales asiáticos y africanos. El zoo se concentrará en los animales sudamericanos, aunque todavía una jirafa y un hipopótamo viven en él.
Solo darle de comer a la pareja de tigres le cuesta a la alcaldía de la capital uruguaya unos 1.000 dólares al mes, pero esa no fue la principal razón para desprenderse de ellos.
Más importante fue la presión social. Tal como ha ocurrido recientemente en ciudades tan diversas como San Diego o Nueva Delhi, los defensores de los animales han multiplicado sus protestas en los zoológicos uruguayos.
Militantes de organizaciones defensoras de los animales se han encadenado frente a la jaula de Hatch en protesta por sus condiciones de vida. También abrieron la jaula de un tucán, que escapó, informó Tabares, el director del zoológico.
Nada comparado con lo que ocurrió en el zoológico de Atlántida, un balneario 50 kilómetros al este de Montevideo: en la madrugada del 27 de julio un grupo llamado Acción Directa realizó una operación comando y abrió 16 jaulas. En un comunicado que publicó en Facebook, los activistas reivindicaron la acción. «No pararemos hasta que todas las jaulas estén vacías», prometieron.
En las horas siguientes a la liberación, un carpincho, una llama, una cotorra de cabeza negra, un loro rojo, un conejo, tres cuises y una liebre de la Patagonia murieron, golpeados, quizás por automóviles, ahogados en estanques o a causa del estrés, entre otros motivos. Diez animales están «desaparecidos», afirmó el director de Cultura de la Intendencia de Canelones, Juan Carbajal, responsable de dos zoos, el de Atlántida y el de la ciudad de Canelones.
Tabares condenó ese tipo de acciones: «Hay gente muy bien intencionada respecto a los animales, pero hay otros que hacen cosas que no sirven para nada».
El zoológico de Montevideo realizó gestiones en zoológicos de Argentina para poder colocar a los tigres, sin éxito.
Fue la ONG Animales sin Hogar la que propuso la solución de contactar a los santuarios de felinos de Estados Unidos y ahora la organización está en tratativas con dos de ellos que expresaron interés en quedarse con los tigres: Wild Animal Santuary, de Texas, y National Tiger Santuary, de Missouri.
Eduardo Etcheverry, vocero de esa organización –una de las que presionó a las autoridades para que se tratase mejor a los animales, aunque sin participar en protestas–, defendió la solución acordada entre el municipio y su grupo para trasladar a los tigres.
«Yo quisiera que no existieran los zoológicos, pero existen y tienen muchos animales que no se pueden reinsertar en la naturaleza. Tratamos de que esos animales tengan la mejor calidad de vida», dijo. «La administración de Montevideo ha reconocido, y se lo agradecemos, que no tiene los medios como para tener tigres a su cargo». No será una venta. Los santuarios recibirán a los tigres sin costo.
Mientras tanto, 500 kilómetros al norte de Montevideo, Carlos Martínez, director del zoológico de la ciudad de Salto, lamentó que no le hayan ofrecido los felinos a él. Su institución tiene cuatro tigres en un espacio mucho más adecuado que el zoo de Montevideo, y está en busca de alguno más.
Etcheverry dijo no conocer el zoológico salteño pero señaló que los santuarios estadounidenses «tienen mucho más espacio, son más específicos, tienen gente más preparada para tratar con este tipo de animales y un conocimiento mayor».
Fuentes de la alcaldía de Montevideo señalaron que si bien es cierto que en Uruguay hay otros zoológicos con instalaciones más cómodas para los tigres, llevarlos allí sería trasladar el problema. «No demorarían en comenzar las protestas en esos lugares», dijo un jerarca.
Martínez, el director del zoo de Salto, coincidió: «No los traen acá por la presión que han hecho en los últimos tiempos los grupos defensores de los animales».
Carbajal, el director de Cultura de la Intendencia de Canelones, relató que además de la liberación masiva de Atlántida, hubo manifestaciones en el zoológico de Canelones. Su municipio también está dialogando con grupos defensores de los animales. «Estamos de acuerdo en ir hacia el cierre de los zoológicos tradicionales», manifestó.
Carbajal ha intentado colocar una pareja de jaguares de 16 años en un lugar más confortable. «Solo un santuario en Estados Unidos se interesó, pero los técnicos dicen que los jaguares podrían morir en el viaje debido a su edad avanzada». Un jaguar vive unos 22 años.
Encontrar un nuevo hogar para tigres o jaguares no es una tarea sencilla. La presión de los grupos defensores de los animales ha hecho que muchos circos se desprendieran de sus grandes felinos y no es fácil colocarlos a todos, explicó Juan Villalba Macías, ex director de Traffic, una organización dedicada a combatir el tráfico ilegal de animales salvajes, y actual responsable de una reserva de fauna privada.
Hay un gran comercio de tigres en el mundo, señaló Villalba. El precio de cada ejemplar oscila entre 1.500 y 3.000 dólares y llega a los 7.000 en el caso de los tigres blancos. La oferta legal se alimenta de ejemplares que liberan los circos y cachorros que nacen en los zoológicos. La demanda la alimentan las miles de personas que tienen sueño del tigre propio, en especial en Estados Unidos. «Allí hay entre 10.000 y 15.000 grandes felinos en manos privadas, en lugares tan disímiles como sótanos, fondos de casas o exhibiciones ambulantes. Solo en Texas hay más tigres mascotas que toda la población de tigres salvajes que sobrevive en Asia».
Según el Fondo Mundial para la Naturaleza, la población de tigres salvajes se redujo más de un 95% desde 1900, pasando de unos 100.000 a apenas 3.200 ejemplares.
Es justamente en Estados Unidos donde Hatch puede pasar la segunda mitad de su vida. Un tigre en cautiverio puede vivir hasta 25 años. Hatch no ha pasado muy bien sus primeros diez. Hoy dormita en su reducida jaula, ajeno al papeleo que puede otorgarle un destino mejor.