Fruto de un acuerdo complejo y necesario, reflejo de la irreductible pluralidad política de la oposición a la que tanto teme el sector oficialista, incapaz de sincerarse consigo mismo, sin arriesgar los privilegios del poder que la convoca, ocupamos una suplencia que jamás fue obstáculo para un activo desempeño parlamentario del que, por lo menos, habla nuestra participación en la Comisión Permanente de Cultura, incluyendo el récord de asistencia. Sobrevenidas las amargas circunstancias que produjeron el injusto allanamiento a la inmunidad de Richard Mardo, asumimos nuestras responsabilidades con la modestia de siempre. Sin embargo, disculpándonos por el tono personal de la nota, deseamos consignar rápidamente un testimonio que abona a la comprensión de las inmensas dificultades de la tarea.
Todavía no había sido allanada la referida inmunidad, cuando en las redes sociales aparecimos prodigiosa e inexplicablemente como (a) saltador o (a) saltadores de talanquera – según la jerga en boga – a las puertas del más promisorio ascenso y negocio en la vida parlamentaria de estos tiempos. De repente, quien no conocía de nuestra existencia, hablando también un poco por la suya, pobló de 140 caracteres el mundo virtual con los insultos, improperios u obscenidades que sólo la imaginación puede conceder, aunque los hubo muy socráticos al preguntar u otros, como @Athenea_Phalas, cuya identidad desconocemos, que convirtieron la duda en una defensa que se agradece, después de indagar en la red.
Nuestra inicial reacción fue la de apesadumbrarnos, impotentes, por los falsos señalamientos que, ahora, nos permiten entender cabalmente la angustia y la situación de aquellos que resultan acusados gratuitamente como el llamado “Diputado 99”. Hay algo de sadismo y, sospechosos, el anonimato igualmente puede hablar de una maquinaria de contrainteligencia capaz de aguijonearlos con la facilidad del compromiso reducido a la seguridad inmediata del febril e irresponsable teclado. Sin embargo, procuramos entender el fenómeno.
A pesar de nuestros incontables artículos impresos y digitales, reiterando nuestras posturas dentro o fuera de una determinada dirección partidista, por sí mismos no garantizan el acceso al conocimiento común o masivo. Puede alegarse que, como lo cumplió Athenea, está el deber de explorar las redes, pero igualmente hallamos la urgencia de los estereotipos que explican la escasa calidad del debate público, todo un aprendizaje de década y media.
Por ejemplo, nuestra resistencia, denuncias y propuestas, respecto al otrora Proyecto de Ley Orgánica de Cultura, resultó de un largo trabajo en el seno de la respectiva Comisión que, cubierta únicamente por los medios públicos, oficiales y oficialistas, ya cansados y desinteresados los privados e independientes, no apuntaba ni apunta precisamente al reconocimiento y la promoción de nuestras responsabilidades, salvo muy contadas excepciones. Y, aunque lejos estamos de reclamarlos, constituye – por lo menos – una llamada de atención sobre los problemas que hasta última hora, pasaron por debajo de la mesa y afloraron transitoriamente a propósito de la Ley Orgánica del Monopolio Estatal de la Cultura.
A quien pueda interesar, le sugerimos un poco más de paciencia, cordura y coraje a la hora de hacerse eco de las campañas que puedan interesar al gobierno nacional, sobre las personas, partidos y movimientos que hacen a la oposición. No solicitamos una patente de corso, pero sí mayor comprensión o entendimiento de las circunstancias que las nublan, porque – como expresamente le manifestamos a una conocida periodista radial – no abandonamos las posiciones de combate, ni nos cerramos a la consideración de otras alternativas estratégicas para la oposición, cuyos requisitos esenciales son tres: su existencia, explicación y donación. Es decir, dar también un poco de lo que se pide.
@luisbarraganj