La frase que da comienzo a esta columna, la tomamos al azar, en un artículo periodístico del Libertador, titulado: Una mirada sobre la América Española, publicado en Quito 1829. Un enfoque concreto y certero, de cuya unidad de pensamiento, ideas descollantes y propósito de usar los canales del periodismo naciente, para hablar de los problemas cotidianos de la comunidad hispano parlante, encierra razones deslumbrantes de este extracto principal: “No hay buena fe en América, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las Constituciones libros; las elecciones combate; la libertad anarquía y la vida un tormento”.
Sin ir muy lejos y con solo referirnos a la situación de hoy, el presidente de Nicaragua, el comandante sandinista Daniel Ortega, mantiene en jaque sus países vecinos: Colombia, Costa Rica, Honduras y toda la América Central, llevado de la idea de construir un canal interoceánico, sin anuencia ni oyendo el parecer de los países ribereños, por lo cual esa región vive en permanente tensión, por el vejamen inferido a las soberanías internacionales. Tenía razón José Martí, el apóstol civil cubano, cuando exclamó: “Bolívar tiene que hacer en América todavía”.
Y qué decir de la situación que adolece su patria amada. El gobierno a cargo de clases ineducadas del poder político. Todos los días se viola la Constitución y se coartan los derechos humanos, se restringe la prensa que es la lengua legal de los pueblos para emitir sus quejas, la corrupción campea por todos los espacios públicos, se penaliza la disidencia política, la inseguridad es el reflejo de un país en demolición, se burlan y se rechazan las sentencias proclamadas por organismos internacionales de Derechos Humanos, mucho menos se respetan los Tratados sobre Derechos Humanos, con el rango de Leyes del Derecho Interno. Todo lo cual hace prever, como ya lo expresó el Libertador: la destrucción de la moral pública causa bien pronto la disolución del Estado.
Se concebían sometidas al análisis y al estudio en el pensamiento del Libertador, estas hondas reflexiones, que se contentaba en divagar en las páginas volanderas de un periódico quiteño, como estas reflexiones que guardan similitud con la problemática actual, en el campo político y social. No es menos cierto, que otro problema que hoy embarga todo nuestro interés cívico y democrático, captó, en toda su dimensión el genio tutelar que nos dio patria y libertad. Así planteaba su idea básica sobre las elecciones y el alcance y dimensión del proceso comicial: “Ningún objeto es más importante a un ciudadano que la elección de sus Legisladores, jueces, magistrados y pastores” (Bolívar). La elección, es a juicio del Libertador, la función política esencial de la democracia, como único sistema cívico y político, susceptible de absoluta libertad.
Nacida nuestra institucionalidad democrática al unísono de la creación del Estado, en la misma época surge el sistema electoral, con los factores inherentes para conservar y defender el principio de pureza y soberanía del voto. Una elección supone en la población, un grado representativo de civismo y democracia en las masas. En esa jerarquía de potestades y derechos, según metodólogos constitucionales, la elección tipifica una alta función jurídico y política, que para ser institucional y efectiva, requiere un suficiente grado de educación en quienes la administren, es como abigarrado y fino mecanismo de relojería, insumiso a la mano torpe que se propone forzarlo y, por lo mismo, necesita, continuo reajuste, de oportuna regulación y de celosa vigilancia.
Se anima el país elector con el proceso electoral que avanza hacia su normal culminación, el venidero 8 de diciembre, para la conformación institucional y jurídica de los comicios municipales, de tanta importancia y trascendencia histórica, para regir el Gobierno de la Ciudad, investido de la amplia gama de soberanía y competencia administrativas que pauta la Constitución Bolivariana, como cédula primaria de la organización nacional.
Anhelamos con férvido espíritu cívico, que todos los factores que intervienen en el proceso, coadyuven en grado sumo en darle realce y dignidad, en el solo anhelo de pulcritud y transparencia, que exalte la confianza pública en las autoridades electorales, que promueven un ambiente propicio para resguardo de la institucionalidad contra el personalismo, que se conduzcan bajo signo de libertad y tolerancia, donde el derecho y la justicia se imponga al oleaje de las pasiones y que su decorosa realización, sea institucionalmente, promoción de exaltación y orgullo en el seno de la comunidad.
COMBATE DE LAS ELECCIONES
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