La inercia parece definir el ritmo cardíaco del país. No sólo el presupuesto se derrocha, también la cordura se evapora rápido al calor de la obcecación hecha ideología, y del error continuado como vocación protocolar, celebrada y aplaudida. Cada declaración de quienes representan al poder, devenido arrogante circunstancia, descarado cinismo, o intolerante sobradez, denota la gravedad del deterioro ético y humano de quienes conducen los destinos de la República. Si los esfuerzos que el gobierno emplea para ocultar la verdad de nuestros problemas con el cuantioso gasto propagandístico del caso, o para idear mecanismos que silencien o criminalicen las protestas, las críticas o el disidente reclamo en el espacio mediático y en el de la calle, se destinaran al reconocimiento de las fallas en la gestión pública, y a la construcción de consensos políticos y económicos, quizá el escenario fuera otro.
Detrás de la cantaleta oficial que persigue la habilitación de Maduro, con el risible argumento de la lucha contra la corrupción, se esconde el inocultable deseo no sólo de ponerle una capa, unas botas y un traje de superhéroe habilitado y socialista al Primer mandatario, sino el más concreto y pragmático de terminar de sacar leyes del horno legislativo, “secuestrado” así elegantemente por el Ejecutivo, para crear el Estado Comunal, arreciar los controles sobre la sociedad, y apuntalar el descomunal pisoteo a la Constitución.
El empeño “comunal” del gobierno, pretende afinar los mecanismos de control legal y presupuestario sobre cada región y localidad, ante el posible escenario de una derrota electoral el próximo 8 de Diciembre en las principales ciudades del país, si el descontento social y la unidad opositora capitalizan el malestar por el desastre que se respira en cada rincón de la nación en servicios, salud, luz, escasez, delincuencia e inflación. Acorralado entre radicalismos y temores por perder cuotas de poder, la economía sigue socavando la estabilidad del gobierno de Nicolás Maduro.
Víctor Salmerón, acucioso periodista de la fuente económica de El Universal, publicó recientemente una nota con el siguiente título: “Estado utiliza 56% de las divisas pero solo aporta 30% del PIB”. (02-09-13). En la referida nota, Salmerón desnuda parte de las distorsiones macroeconómicas que explican el tono y profundidad del deterioro económico venezolano: “Las estadísticas del Banco Central registran que entre 2003 y el primer semestre de este año el país ha obtenido por exportaciones petroleras 653 mil 860 millones de dólares, de los cuales, el 56% ha sido utilizado por el sector público y 44% por el privado.A pesar de que la petrochequera financió la creación de empresas como Venirauto, la estatización de compañías emblemáticas como Sidor, cementeras y todo el sector eléctrico, el aporte del sector público al PIB ha permanecido en 30%, la misma proporción que en 2003.Al mismo tiempo las exportaciones no petroleras, el indicador que refleja si el país tuvo éxito en la tarea de diversificar la economía y crear otra fuente de divisas desnuda que en 2012 el ingreso por este concepto fue 27% menos que en 2003”.
El entramado de controles, regulaciones, restricciones, penalizaciones, costos, acosos, y limitaciones que el gobierno ha venido imponiendo al sector privado de la economía, aunado al despilfarro de cuantiosos recursos, a la corrupción y al abultamiento de la nómina estatal con empresas e iniciativas de que debieron permanecer en manos de la gerencia privada, nos han traído al actual callejón con pocas o estrechas salidas para mentes ancladas en esquemas jurásicos y fallidos.
El ministro de Finanzas, Nelson Merentes lo ha reconocido: «Este es un Gobierno aprobado en 18 elecciones, que ha tenido éxito en lo social, pero que aún le hace falta tener éxito en lo económico. ¿Qué significa esto? Entrar en una ruta de crecimiento estable (…), pasar una cantidad de años donde todos los factores de la economía estén creciendo» (El Nacional, 02-09-13).
Habría que decirle al ministro Merentes: Relájese. Respire profundo. Tome asiento si quiere. No tenga pena. Agarre aire, y diga las cosas como son ministro. Ud. entiende la gravedad e inviabilidad de todo esto. Sí, sabemos que Ud. está claro, aunque muchos colegas suyos no. Agarre fuerza. Ministro…llámelo fracaso.