Ha quedado atrás el corto período de transición entre la enfermedad de Chávez y los primeros meses en los que Nicolás Maduro comenzó a asumir las riendas del Estado. Y con él, la incertidumbre y la turbulencia que lo acompañaba. No es que el país se haya apaciguado o la pugna por el poder no exista más, sino que el acontecer político se desenvuelve en un nuevo contexto, caracterizado por estar englobado en un período constitucional de seis años y por un equilibrio de fuerzas políticas y sociales que libran una cerrada batalla sin que se anuncie un quiebre inminente.
La tensión puede prolongarse por años, con momentos críticos en las fechas electorales, o por circunstancias delicadas derivadas de conflictos sociales. Al mismo tiempo, la dinámica política continúa fuera del esquema clásico Gobierno-oposición, ya que no se ha constituido una élite dirigente dispuesta a dejar de lado el sectarismo, ni tampoco ha emergido lo que se conoce como “oposición leal”. Lo que existe es una élite y una “contra élite”. Así que las posibilidades de alternancia continúan trabadas, más allá de los datos que puedan recoger las empresas encuestadoras.
Nicolás Maduro ha logrado sortear la primera dificultad, la de mantenerse en el poder. De las tareas de gobierno que la realidad le exigía emprender, ha comenzado a abordar el problema de la corrupción, que si bien no aparece como la primera inquietud en los sondeos de opinión, es un grave escollo para el progreso del país y genera un clima muy elevado de insatisfacción cuando se conjuga con las estrecheces de la situación económica cotidiana y la inseguridad. Las denuncias contra la oposición cumplen un papel de bálsamo expiatorio frente a los latigazos que está obligado a dar contra el cuerpo de su propio partido, si en verdad se toma en serio la cruzada que se anuncia. Veremos. También ha avanzado Maduro en la lucha contra la delincuencia. La “Gran Misión A Toda vida” muestra una nueva voluntad de hacer frente a la inseguridad, aunque las acciones no han logrado revertir la situación. Pero al menos se ha tomado la iniciativa.
Ahora bien, enemigo más fuerte y amenazante para todo gobierno es la inflación, porque ataca las condiciones de vida de la gente, la somete a privaciones que ya no tenía o consideraba superadas, y disuelve de manera desesperante los ingresos, siempre en rezago frente al vuelo de los precios. Su contraparte es la escasez, que crea un vacío sonoro y escandaloso. La inflación está atada a las políticas macroeconómicas y la baja productividad.
El problema no es el modelo mixto de economía sino el de la confianza que se les pueda transmitir a los inversionistas, así como todo lo que tiene que ver con el manejo eficiente de las diferentes variables económicas. Si el Gobierno no logra controlar esta situación, la confrontación política y social pudiera ser más dura y peligrosa.