El ideal es adelgazar poniéndonos metas reales y realizables a mediano y largo plazo, a través de una dieta que proponga una alimentación equilibrada y que sea fácil de mantener en el tiempo. Además, debemos comer en cantidades moderadas, con horarios que mantengan niveles adecuados de nutrientes en nuestra sangre a lo largo del día. De esa forma aseguraremos llegar al peso ideal rebajando grasa dañina, y generando nuevo tejido muscular. Una dieta equilibrada debe incluir proteínas bajas en grasa, carbohidratos de rápida absorción (como frutas y verduras), y grasas buenas (frutos secos, aceite de oliva, y aceitunas entre otros), en cada una de las comidas que hagamos en el día.
Al cambiar de hábitos alimentarios deberemos ir reduciendo la talla, y deberíamos tener más energía y no “pasar hambre” (al estabilizar la insulina en nuestra sangre, aseguramos el combustible del cerebro, quien entonces no se queja pidiéndonos comida).
Nuestra capacidad física e intelectual responde en forma directa a nuestra alimentación. Una alimentación que se ajuste a nuestros requerimientos específicos (de acuerdo a nuestra edad, sexo, actividad física, estados fisiológicos especiales como embarazo, lactancia, etapas de crecimiento, etc) asegura el poder alcanzar el óptimo de nuestro potencial genético, tanto física como intelectualmente.
Bioquímicamente la especie humana es incapaz de perder más que medio kilo de grasa a la semana. Existen infinidades de dietas relámpago para bajar de peso, pero lo que hacen normalmente es hacernos perder masa magra, es decir, bajamos kilos de músculo y de agua, y en la mayoría de las ocasiones no rebajan la cuota de grasa extra que tanto nos preocupa.
Además dañan nuestra salud dejándonos más propensos a enfermedades infecciosas, cambios de humor repentinos y depresiones, bajando nuestro rendimiento intelectual las “dietas express”, tienen altas probabilidades de ser abortadas al poco tiempo, y además tienen un gran efecto rebote.
Las personas hacen aquellas dietas que les prometen bajar muchos kilos en poco tiempo, y al volver a retomar sus hábitos alimentarios, no sólo vuelven a ganar los kilos que perdieron, sino que ganan otros nuevos como resultado del impacto que generan esas “agresiones alimenticias ” a nuestro cuerpo.