No soy dado a las precipitaciones, ni a sacar conclusiones apresuradas. Pero tampoco me caracterizo por ser dado a la calma eterna en la que se esconden los cómodos y no pocos cobardes. Pero, confieso que no me gusta estar como estoy con una extraña sensación de incertidumbre sobre el presente de Venezuela, condicionante de su futuro. Quisiera despejarla pronto y arribar a conclusiones definitivas que ayuden a determinar con precisión la conducta necesaria. Voy y vengo en aquello de que “si bien es cierto, tampoco es menos cierto…”. Jamás me había sentido como ahora, un extra-terrestre en la política venezolana, sin ganas de ser terrenal en un campo que hace sentir incómodos hasta a allegados de décadas enteras que se han sumado a las nuevas formas de hacer “política”, al margen de principios y convicciones que para mí son irrenunciables.
Cuando me preguntan que hago, simplemente respondo que trabajando con el pensamiento y la limitada acción que permite la falta de instrumentos adecuados, para que este régimen dure el menor tiempo posible. Predicando sobre la necesidad de mantener inquebrantable firmeza frente a quienes contribuyen a estabilizarlo y con la prudencia que impida cometer tonterías, sin que eso pueda confundirse con debilidad. Si todo el descontento existente, reflejado en las centenares de protestas en todos los ámbitos de la vida nacional, lograra canalizarse hacia la destitución o renuncia del ilegítimo Maduro, como primer paso para la sustitución integral del régimen y retomar el camino hacia la democracia, estoy seguro de que lo lograríamos hasta en el corto plazo. Para ello son válidos todos los medios legítimos y constitucionales. El electoral es uno de ellos, pero no el único y, en mi opinión, tampoco el más importante en las condiciones actuales.
Es indispensable tener claros los objetivos. El camino constituyente por iniciativa popular, puede ser una opción inmediata y exitosa. De aquí al 2019 falta mucho. El camino está minado. Cuidado.
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