Las últimas semanas han sido generadoras de estímulos potentísimos, todos a partir del sinsentido y la ridiculez. En la Asamblea Nacional se institucionaliza la homofobia mientras se aprueba una Ley de Cultura. Una épica bolivariana rellena las carteleras de cine, mientras dos entertainers se anuncian como candidatos a las alcaldías. Nicolás Maduro, al mejor estilo de los cómics, busca al diputado 99 para pedir superpoderes contra el monstruo de la corrupción. No falla. La técnica favorita del Gobierno es el absurdo. Y la risa.
Aberrar y entretener. Este es un país de espectáculo, gobernado por guionistas políticos y vedettes de ministerio. El Gobierno confunde masas con electorado, rating con afectos, espectadores con ciudadanos. No se pueden resolver los problemas sociales con un multiabono de partidos y una pista de reggaetón. La felicidad no es tan barata. No cuesta tan poco. Hagan el favor.
Alguien nos condenó al decirnos “el país de lo posible”. Hace tres años (ni decir 14) nadie imaginaba un país donde roban pelos, secuestran títulos académicos y se hace sociología desde el papel sanitario. Ahora nos amenazan con una cultura de Kino Táchira, de reggaetón convertido en jingle electoral, de bla bla bla haciendo apocalipsis en la gestión pública. Parecemos entrampados. Hay que reírse de un país que se burla de nosotros.
A nuestras espaldas, el Poder inventa una campaña de pulcritud, de desinfectamiento moral de sus espacios, buscando una semántica unitaria de bondad. Mientras tanto la podredumbre se le escapa por las grietas. Los escándalos ya no sólo son visibles, sino habituales. Y ahí la calma de la resignación es dañina. El placer del asombro también se cansa.
¿Para qué política si hay espectáculo? ¿Para qué legalidad si hay entretenimiento? ¿Para qué cultura si tenemos diversión? Distracciones. Dudas. Demasiadas preguntas que no consiguen una sola forma de responderse. Reír primero y actuar después. Tal vez eso le pase a los países que todavía tienen tiempo para equivocarse.
Ya Venezuela se nos salió de las manos. Ahora se comporta como un chiste incomprensible, pero entretenido. Aquí se habla de Ben Affleck y Roque Valero. Aquí se hacen uñas acrílicas con la cara del Pato Donald repujada sobre esmeraldas de fantasía.
Por eso aún somos felices.
Riéndonos con las uñas
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