Desesperanza económica aprendida

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Venezuela contaba en el año 1998 con un parque industrial de 12.940 establecimientos, en la actualidad “sobreviven” unas 6.000 industrias; en 1960 nuestras exportaciones petroleras representaban el 60% del comercio internacional petrolero, para agosto 2013 según el Reporte OPEP la demanda mundial de petróleo es de 90,1 millones b/d, contexto donde Venezuela (de acuerdo con terceras fuentes) participó con 1,6 millones de b/d (1,78% del total), mientras que por fuentes venezolanas participó con 2,0 millones de b/d (2,22% del total), siendo que el país ha perdido en los últimos 4 años un 25% de su participación en el mercado petrolero mundial; las exportaciones venezolanas de petróleo en relación al total exportado nacional variaron, según la CEPAL, desde un 86,9% en 2004 hasta un 95,5% en 2011 y un 96% al IT 2013; las exportaciones no petroleras que en 1998 representaban el 31,2% del total, disminuyeron hasta un 3,9% en 2012; para respaldar la liquidez monetaria 2013 se requiere de unos $ 150.000 millones, y en el presente se cuenta con unos $ 29.000 millones (70% en oro) ,situación bien distinta a los 82 años transcurridos desde 1879 hasta 1961 período durante el cual el bolívar mantuvo su valor de un gramo de oro; en la década de los años 50 la inflación en Venezuela era inferior a la de Estados Unidos, en 2012 se ubicó como la segunda inflación más alta del mundo sólo por encima de Sudan; la venta de vehículos durante el mes de noviembre 2007 fue de 52.700 unidades, mientras que el promedio mensual 2012 se ubicó en 10.880 unidades, en el IT 2013 la producción bajó un 44,9% y el rendimiento de las ensambladoras durante el IS 2013 ha sido el más negativo desde 2003; nuestras importaciones variaron desde $ 41.192MM en 2009 hasta $ 59.339 MM en 2012, escenario donde los EEUU fue el mayor exportador con un 25,6% seguido de China con un 16,5% y Brasil con un 9,2% .
Muchos comportamientos puntuales como los señalados hubiesen podido enmarcar el inicio del presente artículo, hasta casi inducirnos a variar su título por: Desesperanza económica aprendida e inducida; todo ello como consecuencia de un ejercicio del poder político que ha venido avanzando hasta procurar el máximo de poder económico con obligante subordinación de la iniciativa privada y del mercado ante el Estado, olvidando la premisa que “(…) no basta con implantar la democracia política. El mercado garantiza mejor la libertad de los ciudadanos” (Arthur Seldon), afectando el dinamismo de nuestra economía a la luz de una intensa política de regulaciones y controles, con las negativas consecuencias socio-económicas que hoy se observan en el progreso y crecimiento económico, hasta perfilar una percepción de desprestigio hacia la economía venezolana, e induciendo una pérdida de la esperanza de alcanzar los sueños de bienestar. Esta desesperanza económica aprendida se traduce en la aceptación ciudadana que las fuerzas naturales de la economía no son suficientes para procurar el bienestar social, razón por la cual, suponen muchos de ellos, se hace imprescindible la figura del “Estado necesario” con la menor cantidad posible de mercado e iniciativa privada; situación que puede conducir, mediante un enfoque pragmático con elevada dosis de populismo electoral, a la radicalización del “totalitarismo económico” apuntalado por la distracción de la atención ciudadana mediante la difusión masiva y constante de información de baja trascendencia e intelectualidad, con la finalidad de soslayar el interés por conocer aspectos importantes en materia social, política y económica en aras de facilitar la manipulación de la percepción sobre la realidad, induciéndolos a una ausencia de visión y comprensión sobre la ventaja que para generaración de bienestar tiene una economía organizada en relación a un Gobierno de gran tamaño. Es claro que la desesperanza aprendida—especialmente en lo económico—es uno de los cuadros más difíciles de revertir desde el punto de vista emocional, ante la percepción de una imposibilidad de logro que extingue la fe, la confianza y el entusiasmo para procurarse—para el tema en comento–una movilidad social, al extremo de inducirlos a suponer que iniciativa privada y mercado harán de la redistribución de la riqueza una mera fantasía sin la presencia del Estado, del Gobierno y del partido.

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