Hace tiempo agosto dejó de ser el mes de las vacaciones para la mayoría de los venezolanos. El conflicto, la diatriba política, la desbordada inseguridad y la sensación cierta de una eterna crisis cíclica, no se esfuma cuando el año escolar se despide y marca el receso.
Los trabajadores, los protagonistas, en teoría, de ese descanso tradicional de agosto, han sido voces combativas en diferentes escenarios para luchar, por una u otra razón, por su verdad.
Tres ejemplos en esta semana. Lácteos Los Andes, empresa nacionalizada desde el año 2008 y cuya gestión se exhibió como ejemplo «del socialismo del siglo XXI», cuenta con apenas dos semanas de inventarios, a lo cual se suma que en los depósitos de la planta Cabudare, toneladas de leche importada y pulpas vencidas, procedentes de «países hermanos» como Argentina, Bolivia y Nicaragua, se pudren en los depósitos en negocios millonarios «cuadrados» por quienes poco saben del concepto Patria. Dada la magnitud de esta tragedia, de innegable corrupción y mala gerencia, los trabajadores, arriesgando el bien más preciado por quien vive de su esfuerzo (su puesto laboral) denunciaron, con valentía, la realidad de una industria estatizada en el año 2008 y exigieron exhaustiva investigación, dejando a un lado el riesgo a la represalia y, de manera digna, dieron la cara. Si se apela al negro expediente de este Gobierno cuando se trata de perseguir a quienes denuncian, es claro el papel estelar de quienes, sin las prebendas del poder, defienden su derecho al trabajo con un discurso transparente que ojalá sea reconocido en justicia.
Un segundo caso se vivió hace un par de días y no hizo más que explicar las causas de una crisis que se vive en las madrugadas de los registros mercantiles de Lara (con sede en Barquisimeto), cuando las largas colas de usuarios dan cuenta de otro mundo después de la puerta institucional: el de cientos de documentos archivados en los sitios más disímiles, como baños y hasta el piso mismo. Los registradores, cansados de recibir culpas que no les corresponden, también en un ejercicio de valentía, si se considera que cualquier observación disidente se considera delito de alta traición, mostraron archivos, hacinamiento y sincera preocupación por el destino incierto de millones de papeles de valor primordial para quienes acuden a estos recintos.
Un tercer caso toca muy de cerca a quienes, en este tiempo de libertades censuradas, desde la antigua ventana crítica de Globovisión, denunciaron el peligro de un periodismo complaciente y de imponer el silencio a quienes ya no están dispuestos a callar. Un número importante de periodistas, rostros familiares desde los años de la fundación, decidieron renunciar y en carta pública a Venezuela, exponer las razones de su decisión, advirtiendo estar «en una hora menguada para la libertad de expresión».
Pero incluso, puertas adentro, y desde la pantalla, los periodistas que decidieron quedarse, han fijado posición pública dejando claro que los principios básicos no se negocian.
En un tiempo de medios secuestrados por un Gobierno para el cual la «veracidad» sólo se tiñe de rojo y de posición oficial, con un campo laboral cada vez más limitado para quienes no comulgan con el régimen, es digna esta batalla lejos y en el interior del canal porque habla de ciudadanos comprometidos con los valores vitales de una sociedad honesta.
De este modo, hoy nuestros trabajadores, desde el más humilde obrero de una empresa socialista hasta el periodista que no negocia con el silencio, dan ejemplo y fundan la nación posible en la cual no cabe una sola visión.