Aplausos, gritos de «¡Bravo!» y voces de asombro brotan de la platea cuando, por primera vez en las 11 ediciones del Mundial de Tango en Buenos Aires, parejas de bailarines del mismo sexo saltan al escenario para girar abrazados y mostrar su destreza.
Un tango de la década de 1940 resuena atronador en el Centro Municipal de Exposiciones de la capital argentina, un recinto del tamaño de una cancha de fútbol, mientras sobre las tablas se vive una pequeña revolución con la participación de duplas sólo de varones o de mujeres en un ámbito que suele ser tradicionalista y conservador.
«Para bailar el tango hacen falta dos, pero no necesariamente de sexos distintos», comenta eufórico a la AFP Juan Pablo Ramírez, luego de bajar ovacionado del escenario donde hizo maravillas junto con Daniel Arroyo.
Ramírez es un bailarín profesional argentino de 34 años, oriundo de la ciudad de Santa Fe, a 500 km al norte de Buenos Aires, y que hace más de seis meses practica con Arroyo, un venezolano de 18 años, muy alto y delgado.
«Hay una cultura machista. Pero hay señores mayores que nos aprecian. No estamos haciendo algo transgresor, la sociedad no está preparada. El cambio se da lento, con pausa», reflexiona sin perder su tono alegre Arroyo, nacido en la ciudad de Barquisimeto.
Otrora pareja en la vida, ahora sólo son compañeros de danza que se propusieron «respetar los códigos e incluso ir a ‘milongas’ (salones de baile) no gay y nunca ponernos a revolear las piernas», según afirma Juan Pablo. «Nuestra meta es que digan: ‘¡Qué bien que bailan!'».
Baile de hombres en el siglo XIX
Juan Pablo y Daniel están vestidos con una indumentaria sobria que definen como «andrógina», pero llegado el caso pueden usar tacones de mujer o collares de bisutería brillante. ¿Qué dirían de ellos los hombres tangueros que hicieron un culto de la virilidad y la masculinidad en las ‘milongas’ (salones de baile) durante décadas?
La paradoja es que a finales del siglo XIX los hombres practicaban el tango bailando entre sí y que las mujeres tenían al principio prohibida una danza considerada prostibularia, según los historiadores.
«El tango es sentimental, amoroso, dramático, es un arte, es libertad», teoriza Ramírez, quien vuelve al ruedo musical con su pareja en una pista aledaña, a ras del suelo, mientras esperan el veredicto de los jurados, entre centenares de aspirantes a las finales que se celebrarán en el mítico estadio cerrado Luna Park.
Gustavo Mozzi, músico, compositor y director del Mundial de Tango, señala la AFP que el fenómeno de las parejas del mismo sexo «se dio recién este año, aunque siempre estuvieron permitidas».
«Esto significa que hay una flexibilización en el circuito tanguero y milonguero. Una apertura. Nuevas generaciones empiezan a ganar protagonismo. Lo único que permanece es su evolución, su cambio y vitalidad», explica.
Los argentinos parecen sorprenderse cada vez menos con las cuestiones de género, en un país pionero de Latinoamérica en consagrar el matrimonio igualitario y cuya capital es una ciudad ‘gay friendly’ (amigable con los homosexuales).
Nadie las invitaba a bailar y se lanzaron juntas a la pista
Otro tango suena a toda orquesta bajo las luces de los reflectores y más parejas giran con su típico andar pausado y sensual, mientras el público aclama a Marlene Heyman y Lucía Christe como dos reinas recién entronizadas.
Marlene, una vendedora de zapatos de baile de 31 años, y Lucía, una profesora de violín de 32, se abrazan y ríen con sus familiares luego de presentarse en el proscenio del Mundial.
No son pareja en la vida y ambas tienen o tuvieron novios varones, pero la unión tanguera se formó en noches de aburrimiento en las ‘milongas’.
«¡Nadie nos sacaba a bailar! Para no quedarnos sentadas tomando vino, dijimos: ‘Vamos a jugar, a pasarla bien’. Y así empezamos hasta que vimos que nos encantaba», cuenta Heyman.
No se hicieron problemas con cuál iba a conducir (rol masculino) y cuál ser conducida (rol femenino), regla elemental en la danza de tango, y con ese desenfado encararon el desafío de competir contra los tradicionales binomios hombre-mujer.
«Nos dicen: ‘¡Qué genias!’, ‘¡Qué coraje’!’ Y así nos transmiten buena onda (vibración). No nos importa la mirada de los otros. Lo principal es pasarla bien nosotras», asegura Marlene.
Aún así, para evitar que alguien pudiera atribuirles condición masculina o femenina al bailar, decidieron vestirse las dos iguales, con amplios pantalones negros y blusas de color pastel sin mangas.
A pocos metros, se calza zapatos de tacón Marcelo Siufe, un enfermero de 41 años que tiene como pareja a Manuel Mioni, un bailarín profesional de 26 años.
«La danza no tiene sexo. Antiguamente se bailaba entre hombres. Yo puedo bailar con mi hermana o mi madre. El tango es pasión y fantasía», pregona Siufe antes de subir al escenario.
El tango, como dijo Enrique Santos Discépolo, conocido como Discepolín, legendario compositor en los años 1930 y 1940, será siempre «un sentimiento triste que se baila», pero en esta nueva era luce atravesado por la alegría.