Ser viejo es tener la posesión del pasado y la pérdida del futuro. Ser un viejo que no se rinde es vivir con entusiasmo el presente. Ser joven es tener todo: pasado, presente y futuro. Ser socialista del siglo XXI es perder tanto el pasado como el futuro. Venezuela no tiene porqué ser vieja, ni rendida, ni socialista de esta de oscura índole. Quieren sumirnos en esto. Se altera la historia en los programas de educación borrando logros de nuestros héroes y exaltando antihéroes. Se arrasan las prósperas empresas económicas agropecuarias e industriales, todo lo que sirve y funciona, para arrastrarnos a una pobreza colectiva. Se ignoran los verdaderos valores culturales y se aúpa la mediocridad, lo cursi. No es sólo por la ineptitud de este desgobierno, sino por la maldad en su más pura esencia.
Este no es un proceso destructivo llevado a cabo por gente, sino por demonios. Tal era el ilegítimo difunto, aunque quieran subirlo a los altares de la santidad y el patriotismo. Tales son sus herederos y seguidores. El poder infernal -al tener estos engendros en sus manos todos los del Estado, anulando la democracia- parece subyugarnos; sin embargo hay síntomas de desmoronamiento entre quienes se creen omnipotentes y eternos. Se deterioran sus filas por el descontento de las bases. Ya no se aceptan las candidaturas a dedo, el que esto hacía sin que chistarán los sumisos embobados por su verborrea, ya no está: Dios se lo llevó a mejor o peor vida. No es sólo uno menos, sino el principal de los unos -aquí hasta podríamos poner hunos. Los sucesores son ineptos para mantener el mito.
Venezuela despierta, pero hay que cuidar mucho este despertar. No nos equivoquemos. Si del lado de la oposición empezamos a criticarnos unos a otros, tomaremos un mal camino. Es necesario mantener la unidad como un monolito. Desgraciadamente ya hay deslealtades. Los famosos saltos de talanquera. El año pasado me desilusionó mucho el caso de William Ojeda. Le tenía simpatía por algunas de sus actuaciones, sobre todo por aquella de ponerse a dar un mitin de democracia en La Habana. Hoy, otra desilusión me la ha provocado Antonio Ecarri. No veo en estos cambios de actitud amor a la patria ni a la democracia, sino a sí mismos. Sólo un afán de figuración encandilados con la creencia de que son alguien capaz de arrastrar a otros. Los obnubila la buena votación adquirida en elecciones pasadas, obtenida precisamente por respaldar la unidad. Sin ésta son poca cosa, se darán cuenta tarde: le habrán restado votos a un candidato, quiera Dios no como para que pierda.
No podemos estar tan ciegos para no ver una realidad indiscutible: la MUD y Henrique Capriles Radonski han hecho muy bien su trabajo. La primera, con ese gran venezolano que es Ramón Guillermo Aveledo a la cabeza, logró coordinar a partidos e independientes para crear una sólida unidad. El segundo, construyó un verdadero liderazgo; con el apoyo unitario, su carisma, su simpatía y su esfuerzo incansable en campañas agotadoras, ha ganado todas las elecciones en las que se ha presentado. El ventajismo descarado y la trampa obscena del árbitro electoral le arrebataron el triunfo en las dos presidenciales, pero no quiere decir que no las haya ganado. Con un CNE independiente, sin esas féminas chupa-medias, deshonestas,
sin la vocecita y su cantinela de “irreversible, irreversible” para calificar una votación a todas luces reversible, el presidente legítimo de Venezuela hoy estaría en pleno ejercicio de su alta responsabilidad. No el que es pura maldad y falsedad. El zorro de al lado debe tener en la manga una partida de nacimiento, quiera Dios que su valor no sea… ¡el Golfo de Venezuela!
Los venezolanos debemos decidirnos a guardar e incrementar la alta votación que unidos hemos alcanzado en el intento de salir de este régimen dictatorial y corrupto, lleno de habitantes de cloacas. Tenemos en las manos la única arma posible, legítima y digna para destruirlos: acudir a la urnas electorales cada vez que se nos llame a ellas. La insistencia vence. Dejémonos de sueños de militares alzados: las fuerzas armadas están tan corrompidas como los civiles de este desgobierno. Tampoco con piedras y palos se tumba a nadie. El voto unido, persistentes y arrasador es la vía pacífica y eficaz para acabar con esta quintaesencia de la maldad.