Liturgia del desencuentro

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Yo no sé ustedes, pero el momento actual que vivimos, me da la impresión que está cargado de fastidio, y sobre todo, de hartazgo, ante la misma podredumbre por el hecho de vivir dentro de una realidad mezquina. Ciudadanía anónima y victimizada por una gestión gubernamental sin alma ni meta. Hay una “calma chicha” que no augura nada bueno.
La misma liturgia del desencuentro desde una retórica vacía y altisonante que no termina de comprender que si no se acuerda con el adversario político no hay país posible ni viable. ¿O despolarizamos? ¿O nos hundimos? Así de sencillo. Si se mantiene la confrontación estéril, la misma podría desembocar en una mayor escalada, cuyos escenarios serían parecidos a los de una guerra incivil.
Uno como ciudadano siente que aquí en Venezuela la “piratería” es filosofía de gobierno. La audacia junto a la improvisación. La ineficacia en la gestión de lo público junto a una corrupción administrativa que nos retrotrae a los años más sombríos de éste flagelo. La Constitución vigente es un parapeto jurídico que sólo sirve para aparentar una legalidad hipócrita. El irrespeto a las leyes y normas se hace bajo el cobijo de la fuerza y la impunidad. Las instituciones más representativas han terminado siendo dóciles instrumentos del Poder Ejecutivo cuyo comportamiento es en suma errático y arrogante.
Hoy sabemos que el cumplimiento estricto de la norma es garantía de éxito. En nuestro caso: muchas normas, muchas leyes, aunque en la práctica, se les burla y omite. Lo normal es actuar bajo la excepcionalidad y una intuición suicida.
Un solo gesto bastaría para recomponer la fractura institucional y el desencuentro entre los venezolanos: liberar sin condiciones, a través de una gran amnistía, a todos los presos políticos y de conciencia que se encuentran en nuestras cárceles junto a un llamado a la reconciliación y a la paz. Cero intolerancias y más democracia. Cero persecuciones y más dialogo.
La mejor demostración de lo que decimos se encuentra en el vigente conflicto que viven las principales universidades del país. El Gobierno no sólo desprecia a las universidades sino que no las reconoce. Sin dialogo hay conflicto. Y al parecer ese es el camino que se tiende a privilegiar con el indisimulado fin de quebrar la terca voluntad de los universitarios por defender la Autonomía y un estilo de vida asociado a los valores y principios de una sociedad abierta y plural.
Un poder que amenaza, asusta y aplasta a la ciudadanía que disiente es un poder condenado al fracaso. La meta de todo buen gobierno es el bienestar de sus dirigidos. Lamentablemente en nuestro medio la política se ha vuelto un tanto prosaica y banal, sin espíritu de grandeza ni generosidad.
Kant decía que la razón salva al hombre a través del ejercicio de la libertad con responsabilidad. Nosotros, y de manera muy especial, nuestros gobernantes, se han empeñado en negar ese precepto. El dogmatismo más cerrero nos tiene a los venezolanos al borde de una tragedia histórica.

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