Ingeniería del alma

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“El escritor es un ingeniero del alma humana” dijo Josè Stalin, un dictador tan terrible y cruel que la represión durante los años de su control del poder sobresale en los setenta y tantos años de totalitarismo soviético.
La cultura, de acuerdo a esa nociòn absoluta del poder, tenía que ser una herramienta para el control de la sociedad. Un mecanismo para la dominación en nombre, desde luego, de la dominación. La política de Estado produjo una estètica oficial. La literatura, el arte, debía obedecer a ciertos cànones gubernamentalmente decididos y legalmente impuestos. Para salvar la vida mediante la construcción del futuro feliz en el socialismo, había que arrancar el pasado de raíz, y parte de ese pasado era la cultura rusa.
Contra el subjetivismo de los surrealistas, los impresionistas, los dadaístas y los cubistas, tendencias artísticas plásticas mundiales con expresión rusa, se oficializò una corriente estètica denominada realismo socialista. Pero la línea, y su correspondiente censura a lo distinto por considerárselo contra revolucionario y anti nacional, no se quedó en la pintura y la escultura. En el mundo de los escritores, “ingenieros de almas” en la idea stalinista anotada al comienzo, a partir de 1934 la Unión de Escritores se haría cargo de su encuadramiento político-ideològico. En la música también hubo compositores condenados, algunos fueron rehabilitados a la muerte de Stalin en los cincuentas, cuando ya habían perdido varios años de su vida productiva.
El fenómenos de la cultura socialista no fue exclusivamente stalinista y ni siquiera soviético. Tambièn se presentò, como característica de un modelo totalitario, en los países de Europa del Centro y el Este en los años del socialismo real, y en Cuba y en China y en Corea del Norte. Un Ministro de Educación chino, además ex rector de la Universidad de Beiging, me contò en 1980 que durante la “Gran Revoluciòn Cultural Proletaria” había sido enviado a reeducarse, para que dejara atrás sus tendencias burguesas, como cuidador en una cochinera.
Y, como es perfectamente lógico, lo que vivieron los pueblos bajo el socialismo realmente existente, se pareció mucho a lo sufrido en materia cultural bajo el nazismo y el fascismo. Porque estas no son meras dictaduras que se “conforman” con manejar todo el poder. Su aspiración es manejar el alma humana.
En el III Reich, el nacional socialismo también opuso al arte moderno un “arte alemán”. Asì lo pidió el mismo Hitler en su discurso ante la Gran Exhibiciòn Alemana de Munich en 1937. Atràs el arte decadente y extranjerizante que corrompe el alma nacional genuina. El realismo heroico en la escultura y la pintura, la arquitectura grandiosa de Albert Speer y la industria cinematogràfica regulada y adscrita al Ministerio de Propaganda dirigido por Goebbles, ese tenebroso personaje, iban diciéndole al pueblo alemán cuales eran los gustos correctos, patrióticos.
En Italia, Mussolini se empeñò en la fascistizaciòn de la cultura. El Instituto Nacional Fascista de la Cultura promovió una “cultura nacional”. En la universidad, los profesores debían hacer un juramento de “fidelidad a la patria” que lo era, en realidad, de sumisión a la idea de patria del estado total. La Escuela de Mìstica Fascista, establecida en Milàn en 1930, y la lectura y discusión obligatorias en clase del pensamiento del jefe supremo Benito Mussolini, las Lecturae Ducis instauradas en 1940, son apenas dos ejemplos de la imposición artificial de una cultura estatal.
Como es sabido, todas esas fantasìas ideológicas quedaron en el cementerio del fracaso. Mucha gente sufrió por ellas, pero fueron vencidas como era inevitable, pues la cultura es, en esencia, libre.
Es una reflexión que se me ocurren cuando se discute en la Asamblea Nacional un proyecto de Ley de la Cultura, empapado de ese espíritu absurdo, contrario a la naturaleza humana.

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