El “parque de la Chucho”

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Meses atrás se notificó la posibilidad de recuperación por parte de la Alcaldía del municipio Palavecino de una zona relativamente extensa de áreas verdes abandonadas desde hace un tiempo.
Tal noticia llenó de entusiasmo a los habitantes del municipio y más a aquellos vecinos de la urbanización Chucho Briceño, pues el área en referencia servía como botadero de basura, animales muertos, guarida de delincuentes, en fin,  una zona de gran peligrosidad, pues con su acceso libre como estaba y sin mayor iluminación abrió la posibilidad a hurtos y robos cada vez con mayor frecuencia a los habitantes que necesitaban trasladarse a una pequeña zona comercial adyacente a la zona verde.
El entusiasmo duró poco. Ciertamente, el parque luego de ciertos tropiezos, al cabo de unos años fue recuperado; fue cerrado con rejas, dotado de caminerías, luces, plantas y flores que despejaron y alegraron la zona.
A partir de ese momento, los vecinos tendrían  un lugar de esparcimiento para caminar, trotar, jugar, conversar y establecer en un espacio abierto de encuentros animosos  entre los usuarios; ya la gran preocupación de dónde ir, en una ciudad como tantas otras en el país, caracterizadas por mostrarse huraña hacia sus ciudadanos debido a la  violencia y a la ausencia de lugares de esparcimiento, se convertiría ahora en el oasis para pasear a los hijos pequeños y conversar con los amigos. No dejaba de comentarse, los avances en el rescate de las zonas verdes al observar cómo cambiaba de apariencia, sobre todo con la belleza de las plantas de  ornamento  que volvieron tan llamativo al parque.
Digo que duró poco porque desde el mismo día de su inauguración y de “entrega” a los vecinos por parte de la Alcaldía, se iniciaron unas series de festividades marcadas con un estruendo proveniente micrófonos que incrementaban el sonido de los gritos acompañados con música llanera, joropos, salsa y reggaetón, que volvieron sólo ilusión las pretensiones de los vecinos.
Es difícil imaginarse cómo descansan los vecinos de viviendas cercanas y no tan cercanas al parque, cuando se  decide en ese parque –no sé a cargo de quién- enarbolar la bandera de la fiesta desde tempranas horas en la mañana hasta la noche de sábados o domingos, para que ese fin de semana sea un verdadero tormento. El sonido de la música es tan alto que no se puede leer, ver televisión, hablar por teléfono, mucho menos estudiar o trabajar y por si fuera poco, tampoco  recibir visitas debido al volumen desorbitado que utilizan. No queda más remedio que alternar el descanso del fin de semana con los gritos de ofrecimiento de cerveza, pinchos, sancochos y rifas.
Estoy segura de que la ciudad que merecemos no es ésa. Las fiestas se celebran en la casa o en el local destinado a ello, en la intimidad de los amigos y con la música que se prefiera con un volumen justo para no molestar a otros; y en lo que se refiere a espacios abiertos destinados a una comunidad, el entretenimiento y el festejo tiene otra proyección, procura el esparcimiento, la relajación, el disfrute, el conocimiento y eso  trae, necesariamente aparejado, el respeto a todos.

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