Lectura
La honestidad de Florencio Sequera se pone de manifiesto hasta en el nombre con el cual titula su libro acerca de la Historia de la Música en el Estado Lara.
Muy minuciosa debe haber sido la delicada tarea de recopilar en un texto de apenas 157 páginas la historia de quienes modesta o destacadamente han hecho música en esta melómana región. Nuestro generoso amigo inserta en los mismos inicios de su trabajo, a qué prestigioso intelectual caroreño se debe la difundida expresión: «La capital musical de Venezuela». Se trata, como se comprenderá, del autor de «Candideces», Luis Beltrán Guerrero.
El libro recoge, prácticamente sin omisiones, con nombres y actividades, quienes por estos suelos entregaron sus vidas, sin egoísmos y con sobrada pasión a Euterpe, la musa del sonido y de las armonías. El pasado es enigmático, oscuro y motivante; y, tal vez, estos aspectos entregaron a su voluntad el acicate para que se dedicara con tanta a tanta pasión a su denodada tarea.
En resumen de lo que antecede, el libro es un buen fresco del pasado musical del hombre que ha vivido por estas tierras. Encuentro especial complacencia en toda su lectura, pero siento la necesidad identificatoria con algunos pasajes del discurso en donde hay anécdotas y sucesos que musicalmente me tocan. Del bambuco «Endrina», un clásico del pentagrama, conservo como se plantea en esta historia, una versión parecida en cuanto a que la célebre obra, en compás de dos por cuatro y ritmo de habanera no fue compuesto por Napoleón Lucena; en mi recogida versión se cuenta que fue Abarca quien la compuso, pero que como Lucena la tocaba como suya, Abarca, escribió, casi con la misma melodía, el mismo compas de dos por cuatro y el ritmo de habanera: «Mercedes»… mujer, dulce bien mío…»
Siento una especial y afectuosa inclinación por Rodrigo Riera, a quien conocí en los difíciles días de su estadía como provinciano, en la apacible ciudad de los techos rojos, Caracas, como la denominó nuestro eximio escritor don Enrique Bernardo Núñez, cuando gestionaba su salida a Europa a tocar glorias con sus conciertos y con su guitarra y a perfeccionar sus conocimientos. De Igual manera mis afectos para Martín Díaz Peraza, porque Martín como Rodrigo, en esta casa de Mi Negra de aquí de Barquisimeto, vinieron muchas veces a improvisar exquisitas veladas musicales. Ruego al amigo Florencio me dispense estos deslices personales, usted desde el texto promociona en mí los más sentidos recuerdos.
Debo mencionar, también, con mucho respeto, al maestro Ángel Eduardo Montesinos, delicado violinista, de discreto proceder como son los artistas imbuidos de sus sensibles valores musicales. Le admiro porque reconozco su cualidad y modestia, recursos propios de quienes no necesitan ni promoción ni publicidad.
A usted, don Florencio, mis respetos por la gentileza de dedicarme su valioso trabajo histórico para la biografía de la música del Estado Lara.