La conducta violenta como todo comportamiento, es aprendido. El niño no nace violento, ni ésta es parte de nuestra naturaleza. Puede que un trastorno orgánico condicione su actuación, pero es la excepción. Hay elementos del ambiente que inciden en la persona para llevarla a un comportamiento violento o agresivo dañino. Hay una agresividad que es positiva, cuando se manifiesta como impulso para hacer, capacidad de tomar decisiones, crear, o actuar en momentos precisos. La violencia al contrario, es condenada porque hace daño al otro o al colectivo. Estamos obligados tanto por las leyes del hombre y de la naturaleza a ser tranquilos, pacíficos, conciliadores y armoniosos. A través del tiempo, se han creado leyes y normas que regulan nuestro comportamiento para hacerlo coherente con una convivencia pacífica indispensable para un desenvolvimiento normal en la vida ciudadana.
Cuando agredimos o dañamos, nos saltamos las normas. Por lo tanto, existe una especie de red moral y legal que nos llama la atención para que volvamos al carril, al centro que es el dialogo, el reclamo de nuestros derechos de manera civilizada. Si dejamos que cada uno resuelva sus conflictos con sus propias normas se genera una anarquía incontrolada que lleva al caos inevitablemente.
La personalidad que exhibe la violencia es una respuesta a los estímulos del medio y a la interpretación de los mismos. Cada uno interpreta dichos estímulos desde su óptica, su visión que está matizada o influenciada por sus experiencias, por el valor que considera que tiene como persona. Las carencias infantiles de afecto, atención, protección son caldo de cultivo para que nos sintamos menospreciados por toda la sociedad. Si los que debían darme amor, cariño, protección y seguridad no me la dieron, entonces no me considero valioso. Por lo tanto, allí está la primera fuente generadora de violencia. El modelaje que brinda la familia es muy importante ya que el niño desde que nace hasta los siete años fija las pautas de la conducta que exhibirá en el futuro. Cuando en otras etapas haya un condicionante que lo enganche con el recuerdo que tuvo en su niñez, sale a relucir lo que ha aprendido, actuará en consecuencia, por lo tanto, es fundamental educar a los padres para que modelen en sus hijos conductas positivas. El amor, respeto, libertad que den a los pequeños, redundará en una personalidad sana.
Si un niño tuvo un modelaje negativo en su familia, no quiere decir que no pueda superar ese aspecto, hay formas de ayudarlo para que sane esas heridas, pero el daño está hecho, por lo tanto, hay que evitar llegar a remediar, con prevención. A los jóvenes se les debe inculcar valores que deben exhibir como padres, ayudándolos a tener una alta autoestima, autocontrol, respeto, amor y consideración hacia el prójimo, así como también la conciencia de lo que significa la familia, la responsabilidad que ello implica y la importancia de tener un proyecto de vida como forma procrear solamente cuando estén maduros para ellos. Ello incluye además, los patrones para elegir parejas, porque ocurre que aquellos niños que fueron golpeados, maltratados, anulados, a quien les faltó amor, protección y seguridad, van a repetir, a continuar ese círculo vicioso de dolor al buscar parejas iguales a sus padres, con las lamentables consecuencias como: el divorcio, la separación y la crianza inadecuada de otra generación.
El problema es más complejo de lo que a simple vista parece, por lo tanto, buscar las causas de la violencia en la infancia y antes de la concepción es la mejor forma de hallar soluciones. En este sentido, el Dr. Sol Alvarado, afirma que se deben incluir en el Currículo, asignaturas como “La violencia, causas, consecuencias”, “El embarazo precoz” y “El uso, tráfico y consecuencias del consumo de drogas”. Esto constituye un valioso aporte porque señala que la educación es la base para superar esa cultura de violencia
Considero, que si educamos para dar valor a lo que es realmente importante como el conocimiento del cuerpo, autoestima, conocimiento de la normativa legal vigente, si centramos a los niños en el proyecto de vida que merecen, entonces serán ciudadanos responsables. La escuela también debe trabajar con las familias para ayudarlas a percatarse de sus patrones de crianza y cómo inciden en el comportamiento de sus hijos, ya sean violentos o sumisos.
La violencia y la educación
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