La columna semanal “El Rincón de los Miércoles” del 3 de julio pasado, de nuestro amigo LRM, haciendo alusión a la famosa Feria de San Fermín, en Pamplona (Iruña) capital de Navarra – España, a iniciarse el 6 con el chupinazo y del 7 al 14 con los encierros, reseñó de nuestro viaje a esa tierra vasca, para, como dice Luís “… anotarnos como protagonistas del evento… y dispuestos a desafiar los bravos astados…”, bajo la fe del santo patrón. No por presuntuoso redacto esta crónica, sino por lo cautivante e inolvidable que es vivir “en situ” tan tradicional festividad, para celebrar y honrar al patrono de la ciudad, como un invitado al convite. Fui, junto a mi esposa Lexis, uno más entre los miles de “protagonistas” que llenaron el recorrido de 825 mts entre la subida de Santo Domingo y la Plaza taurina, (sin toparme con Saulo Guedez y Olager Saez, que estuvieron allí) llegando al amanecer para encontrar buena ubicación que permitiera disfrutar del encierro de cerca y sin peligro alguno, y compartir con la gente de diversas nacionalidades y regiones españolas, que asisten a llenarse y experimentar el sabor y el ambiente popular que ofrecen los San Fermín, que según un cronista pamplonense, “…tiene la virtud de brindar diversiones para todos los gustos y edades”.
Para muchos que por primera vez asistimos, es un sueño, regodearse de esa fiesta que de regional se convierte en internacional por las decenas de nacionalidades que van e integran el festejo; y para otros es el volver año tras año para repetir ese momento que ha sido llamado “un rito permanente”, porque el gusanillo de los Sanfermines permanece incólume como un acto emocionante, al ver ese rio humano correr con los bureles bravíos, y luego, enchiquerado el encierro, que habrá de ser la corrida de la tarde, Pamplona y sus visitantes continúan la fiesta todo el día, abriendo bocado con los tradicionales churros con chocolate, y hacia media mañana la infaltable cerveza, el vino y las tapas. Todo un conglomerado en las plazas, callejuelas y transversales de Pamplona, grupos de cantores regionales exponentes de su folflore, y entre brindis y recuento del encierro del día la civilidad reina en el ambiente, todo es cordialidad, amabilidad hermandad y convivencia, como muestra inequívoca de una fiesta centenaria que se viste de blanco y rojo, con su obligado pañuelo que simboliza el degollamiento del Obispo-mártir San Fermín; y es que la tradición es tan devota y arraigada que el pamplonense durante la semana de fiesta utiliza como atuendo normal dichos símbolos. Los Sanfermines, es una fiesta para recordad, atípica en el correr de sus encierros y la gente; y a los que premio Nobel Ernest Hemingway, asistió por varios años y la proyectó internacionalmente por medio de su novela “Fiesta”, publicada en 1926. Pamplona y San Fermín, son cultura, tradición, folklore, religiosidad, cantos, comparsas, procesión, familia con sus niños en desfiles con los Gigantes y Cabezudos, y los balcones engalanados en los pisos iruñenses. Un babel de gente, apretujados, con sabor a pueblo, a pueblo con alma, y el calor ciudadano que se vive y confunde en un solo ir y venir; y después, al despertar del sueño, solo nos queda un evocar eterno parafraseando al compatriota poeta Subero, “a San Fermín… hay que volver a ir y hay que ir para volver”.
Desde mi cátedra – Los sanfermines, cautivantes e inolvidables
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