Aquiles y la tortuga

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Presento a ustedes un problema que no es más que uno de tantos ejemplos de la falacia de confusión y allí el caso de la paradoja. Una paradoja es una idea extraña u opuesta a la opinión general, una aserción inverosímil o absurda que se presenta con apariencia de verdadera, un razonamiento que a partir de premisas supuestas indudables, conduce a resultados contradictorios.
Aquiles, el de los pies ligeros, es el corredor más veloz de toda Grecia. Y la tortuga… bueno, es una tortuga. Lenta. Ceremoniosa. Pesada. Resuelven hacer una carrera. Aquiles corre diez veces más rápido que la tortuga, por lo que decide darle diez metros de ventaja. Aquiles, símbolo de rapidez, tiene que alcanzar a la tortuga, símbolo de morosidad. Aquiles corre diez veces más ligero que la tortuga y le da diez metros de ventaja. Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; Aquiles corre ese centímetro, la tortuga un milímetro; Aquiles el milímetro, la tortuga un décimo de milímetro, y así infinitamente, de modo que Aquiles puede correr para siempre sin alcanzarla. Así la paradoja inmortal.
Es evidente que estos razonamientos no son correctos, hay algo que no está bien.
Pero para darle coherencia y cohesión a la paradoja de Zenón podemos graficarla con otro ejemplo de existencia, también del mundo de la imaginación; caso de un juez o una jueza que por muy evidentes que sean las pruebas y los elementos para decidir conforme a la lógica y a la justicia, sin hacer mayores razonamientos y análisis y con un desparpajo de desconexión neuronal, se entrega sin pena y sin gloria a los intereses de un bufete del que estadísticamente sea público y notorio el número de sentencias a su favor, dejando boquiabiertos si así fuera el caso, a los jurisconsultos más brillantes que haya podido conocer las historia, como Piero Calamandrei, Eduardo Couture, Giuseppe Chiovenda, entre otros.
Al igual que la paradoja de Zenón, indiscutiblemente que la tortuga jamás podría ganarle la carrera a Aquiles, pues él está dotado de las herramientas necesarias para vencer y así las pone en practica, pero es una aporía que encuentra su materialización en otros ámbitos imaginarios. De igual modo en el caso del juez o la jueza imaginarios, contrasentidos amparados en la majestad de un tribunal, pudieran ser el caparazón idóneo para hacer de la justicia una dama vendida y no vendada. Donde no importaran la contundencia ni la fuerza de las convicciones y los fundamentos jurídicos y legales, ni lo lúcido del verbo empleado, ni la fuerza impulsora de las argumentaciones, cuando un tribunal estuviera al servicio de un bufete y no de la justicia, esto sería otra paradoja.
Seguramente en la biblioteca de un abogado independientemente de la función que le toque desempeñar, no faltará la obra “El Alma de la Toga” de Ángel Osorio, recomendado para todos los profesionales, especialmente para los colegas, ya que constituye una sin igual deontología que narrada ejemplarmente, con casos que poseen plena vigencia en todos los tiempos, y que conjuntamente con el Código de Ética deben ser textos de lectura y relectura obligada, para nunca obviar nuestro sagrado apostolado.

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