Toda palabra en mente de quien escribe, por desconocida que se tenga, se torna familiar. Estas mías encontrarán su familiaridad en todos aquellos mis buenos lectores que han hecho suya la columna. Un chiclet es algo de consistencia muy elástica que se adhiere con tal identidad a la cosa que resulta problemático despegar. Adherido con tal consistencia a la zuela del zapato, en cada paso a dar, resulta cuesta arriba levantarlo.
La gente cree que el chiclet es un poderoso desinfestante y aunque tan sólo se crea parece que apenas consigue disfrazar el aliento. Pero la gente que lo masca, no lo mastica, imagina disfrutar tanto de la moda como de un dudoso bienestar.
¿Sabías que esa pasta resinosa que recubren con colorantes y sabores artificiales se obtiene de la vegetación? A un árbol de la familia de las zapotáceas es al que sacrifican para extraerle la resina. La resina que tu consumes. Ella en sí no es perjudicial a la salud, pero esos atractivos colorantes que cubren la pastilla y esos sabores artificiales no son buenos al organismo. Después de todo, ¿nos ocupamos en considerar estas observaciones? En todo caso, lo que cuenta es que satisfaga el gusto, no importa que sea a costa del daño para el organismo. Estamos en unos días en donde nadie parece oír ni aplicar recomendaciones.
El consumidor de chiclet disfruta como la cabra de la trituración de la goma, aunque la cabra lo hace porque debe volver a la trituración, repaso del alimento antes de llevarlo a su segundo estámago. Lo cierto de todo es que el chiclet viene en pastillas que desde que salieron al mercado no ha dejado de consumirse; El consumidor ha entendido muy bien el mensaje: debe perfumar su aliento.
En lo personal, no podría emitir juicios acerca de su consumo; y no entiendo como personas que a la vista ofrecen una distinguida apariencia, de parecer muy sobrias, de presencia formal, con su bien cuidada imagen de gente decente; sin considerar el medio en el cual les toca desenvolverse, destruyen su nobleza y deterioran su condición social masticando de modo desesperado esa victimizada goma. Hay quienes con su manido desespero crean en el medio una angustiosa situación entre quienes les observan.
Nunca antes en otras ocasiones había tenido la oportunidad de ocuparme de estas modas. La persona, con excitante proceder asume actitudes nada comunes triturando con la boca cerrada, adentro entre sus dientes, la referida golosina.
Los castillos cuando son de naipes se derrumban y el mío que nunca ha sido sólido, fundamentado en valores, se torna inconsistente. La decencia en el fondo es tan sólo apariencia. Ese afan de mover y mover la piel en el área de la boca, con ese fugás abultarse de las mejilas tan pronto de un lado como del otro, de manera obstinada inquieta e induce indirectamente a participar interiormente del manifiesto desespero. En mi caso, Imagino situaciones en la cual se ha roto el mecanismo de un reloj de cuerda y de allí que sus agujas roten sin control. Algunos, sin empacho, manejan con habilidad la tarea de hablar mientras mastican. Una que otra palabra articulo cuando el masticador insiste en diálogarme. Hay acaso en el comportamiento del masticador alguna solapada intención de impregnar con el perfume que propaga su artificioso aliento. Imaginamos todo lo que sucede cuando un comedor de chiclet se instala a cumplir con su ofico de masticar.
Chiclet
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